Por Nicolás Alonso
Buenos Aires, julio 18 (Agencia NAN-2011).- Y pese a todo, el libro sigue cautivando. Algo hay en ese compendio de hojas impresas, repleto de viejas palabras enhebradas una y otra vez, que hechiza. Más allá de esos pocos seres iluminados que de vez en cuando nacen y le dejan su ofrenda de palabras al mundo, los libros tienen cierta autonomía, una magia que los hace únicos. No son sólo un contenido o un conjunto de palabras ordenadas según determinadas reglas lingüísticas, sino también objetos, cosas. Pedazos de mundo.
Una manera de mirar (Colección Valijita, 2010) es, más que un libro, un objeto artístico en el que la poesía no se agota en el contenido, sino que avanza sobre el “soporte”. El de Mariana Faierman no es un libro convencional, es más pequeño; pero sus 14 x 10 centímetros y su aroma artesanal le sobran para transformar y alterar. En fin, para hacer de la vida algo un poco más seductor.
No tiene el respaldo de las grandes editoriales (ni de las más chicas). Este libro es –como tantos otros desconocidos– un libro de autor, realizado de punta a punta por su misma hacedora. Pero eso, lejos de representar un obstáculo para lograr un buen producto –qué frío suena referirse a un libro de ese manera–, logra, a través de la autogestión, un sentido de totalidad maravilloso. “La mano” de la autora en la edición, en la confección y en el diseño, tiñe el texto aún antes de abrir la primera página o de leer sus primeros versos. En épocas de tanta contaminación visual-digital, de tanto artificio tecnológico, esta edición artesanal invita al viaje profundo al interior de una poética fresca y cautivante.
“Una vez/ creí/ ser otra/ más chiquita/ entonces pensé/ que debía recortarme/ reducirme/ pero no cuidé los bordes/ me pasé/ tanto y tantas veces/ de la línea punteada/ que un día no me reconocí/ (mi cuerpo me había olvidado)/entonces miré a mi alrededor/ y no había miguitas de pan/ intenté pegar nuevamente mis retazos/ y nada encajó/ en su antiguo lugar / (yo creía ser una versión mutilada de cuerpo)”. Leer los versos de Una manera de mirar, es extrañarse del propio cuerpo, dudar de los propios límites físicos.
Con una voz sutil pero incisiva, en muchos tramos evoca a un otro que aparece como una especie de fantasma que interroga la unidad y la forma del propio cuerpo. Ese otro que es, en definitiva, un él (“ella le pedía/ inventar otro dolor/ él intentaba/ no descoserla cada noche”) que introduce una duda, una pérdida –por momentos permanente y por otros no– de los límites que marcan el fin de uno y el comienzo del otro (“estábamos partidos/cada uno/ era uno”). El amor se introduce en la percepción de uno mismo, es la fuerza que une y que separa, en la que Feierman explora su capacidad creativa, como en aquel poema en que ese yo poético, le pide a él que la dibuje, que la cree. Pero no desde el lugar idílico y trillado del hombre retratando a la mujer, sino desde una zona perturbadora, de a ratos invasiva: “Cuando me recortes/ apiadate de mi contorno/ intentá no lastimarme/ (hoy no tengo ganas)”.
Una manera de mirar es un bello y corto poemario en donde lo artesanal se entrelaza con la búsqueda poética. Es un libro cuidado, en donde cada palabra, cada espacio, cada pausa, está cuidadosamente pensada, buscada, trabajada. Es artesanal no sólo por el delicado cartón corrugado que cubre su encuadernación, o por el decidido tono violeta de sus tapas. Lo artesanal está en cada sucesión de palabras, en cada verso logrado que indica un trabajo, una dedicación y un esmero indispensable en todo arte que se precie de tal, más allá de los filtros y restricciones que el mercado editorial le impone a los jóvenes escritores, y por tanto, a la literatura en sí.