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Nicolás Di Candia en Viajera Visita

A Nicolás Di Candia nunca se le ocurrió que iba a nacer en Buenos Aires, pero así ocurrió en 1980. La vida lo llevó a eso, y con el tiempo lo aceptó.
Si bien tenía facilidad para escribir, nunca se le ocurrió que era capaz de considerarse escritor. Costó mucho, porque tenía la idea de que cualquiera escribe, pero no cualquiera es escritor. Hasta que se dio cuenta de que alguien que escribe mucho, y encima lo publica, no tiene por qué no ser un escritor.
Del mismo modo, nunca pensó que era capaz de escribir poemas, ni de ser poeta. Sin embargo, no sólo ya lo tiene casi aceptado, sino que el muy caradura viaja a festivales de poesía internacional y se pone a leer poemas propios, como ocurrió hace poco en Rosario.
Su primer libro, “Léame”, apareció a fines de 2011 y ha recibido elogios provenientes de diversos sectores de la población. Esto ha provocado un shock de confianza, y ha permitido a una de las voces que pueblan su cabeza exclamar “¿viste? Vos podías”.



Aquí, textos para compartir:

Avanza, microorganismo
por la inmensidad del mar
ve hacia la luz
absórbela, hazla tuya
llénate de energía
y corre, corre
corre hacia la orilla
sal a la superficie
conquista la tierra
multiplícate
sé de uno muchos
déjate atrapar por el viento
y vuela hacia el horizonte.

***



La danza de los vúmetros

Suena la música
las agujas se mueven
emocionadas
al compás.

Fluye la alegría
por su mundo iluminado
bailan con la energía justa
que les dicta la música
no con pasos predefinidos
si es baja, son sutiles
si es alta, se mueven a lo loco.

Bailan con todo su cuerpo
mientras dura la música
cuando vuelve el silencio
se quedan quietas
expectantes
esperando que otra vez
aparezca el sonido
una nueva música

***


Una tarde de amor y Sábato

Luego de colocarse con mucho cuidado varias flores en lo que le quedaba de pelo, Sábato tomó la guitarra. La afinó y se puso a tocar y cantar “All you need is love” para todo el que estuviera dispuesto a escucharlo.
Lentamente la plaza se empezó a poblar. Personas de distintas edades vestidas de distintos colores aparecieron alrededor de Sábato. Muchos cantaron con él. Algunos tenían sus propias guitarras, y las usaban para tocar no sólo lo que tocaba el afamado escritor, sino también otras canciones. El murmullo de la plaza fue reemplazado por una alegre polifonía.
El ruido atraía a más gente, y también a agentes del orden que se acercaban para asegurarse de que todo estuviera bajo control. Sábato dejó por un momento su guitarra y se aproximó a uno de ellos. Se sacó dos flores del pelo. Mantuvo una entre sus dientes dientes, y con cierta dificultad en la pronunciación le pidió al policía que sacara su revólver para poder colocar la flor en el cañón. Una pizca de vida en el camino de la muerte. El policía consideró que era peligroso desenfundar en el medio de una plaza poblada. Sábato lo comprendió. Le dijo hermano y lo abrazó. La plaza fue testigo del momento de entendimiento y trascendencia entre ambos.
Se iba sumando más gente. Varios fumaban diferentes sustancias, y lanzaban al aire humo de colores. El viento hacía flamear la ropa suelta. Los colores de la ropa se mezclaban con los del humo. Ambos se movían al unísono. Formaban un oleaje que alimentaba el espíritu de libertad, de fluir con el viento. Sábato volvió a la guitarra y empezó a cantar “Blowin’ in the wind”.
La muchedumbre quería liberarse de las ataduras. Salir de las presiones absurdas de la sociedad y confundirse en un renovado espíritu comunitario. Para lograrlo, hacían círculos alrededor de alguna planta. También se sacaban la ropa, para mostrarse y comprobar que todos, en el fondo, eran lo mismo. Que no se dejaban llevar por las etiquetas externas.
Había mucho entusiasmo por la conexión que se producía entre los presentes. Se podía palpar el amor. Sábato, al sentir lo que ocurría, se sacó los pantalones floreados y los arrojó hacia arriba. Los demás vieron cómo el viento se los llevaba. El suave vuelo de los pantalones generaba una estela que dividía el humo. Con el flamear de las bocamangas parecía una gaviota, y la plaza parecía la orilla del mar.
La gente se sintió arena, y comprendieron que si había playa era porque ellos estaban todos juntos. Todos se miraron uno al otro. Sábato sonreía al sentirse parte de un todo mucho más grande que cualquiera. La gente se iba acercando. Primero lo hicieron con el espíritu, y esa cercanía se dejó ver poco después en los cuerpos. Sábato y la multitud se unieron entonces en una gran orgía que duró hasta el amanecer.