Karina Macció nació en Buenos Aires en 1974. Ha publicado los libros Diario de la Transformación, La Pérdida o La Perdida, Impresos en rojo, Lestrygonia, Ferina y Pupilas estrelladas. Es licenciada y profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Dicta clases de Semiología y es coordinadora de talleres literarios, de creatividad y redacción. En 2005 crea Siempre de Viaje – Literatura en progreso, espacio que dirige dedicado a la difusión y producción literaria. En 2008 funda Viajera Editorial que publica autores contemporáneos en ediciones con un diseño muy cuidado. Se dedica a la gestión cultural, realizando encuentros poéticos y artísticos.
Aquí, un adelanto del libro inédito Amarillo
Alguna vez pensamos que teníamos una canción
Alguna vez pensamos que no podíamos vivir el uno sin el otro
Alguna vez pensamos que si no nos veíamos, moriríamos de amor
Moríamos de amor
Todo me sale como si fuera una canción que nunca fue
Yo sé cuál y vos también
Pero no es «nuestra» canción si no hay un nosotros y lo que hay es lo que queda escrito hoy, acá, en esta hoja, conmigo recordando nostálgicamente, porque no hay más que eso, un yo que ya ni siquiera soy –a medida que lo escribo me deshago y cambio– añorando un momento como si fuera un bebé que mira un móvil sobre su cuna, así, con esa candidez y estupefacción, con esa sorpresa de recién llegada al mundo y ¡todo lo que pasó!
¿Cuánto tiempo necesitaré, cuántos dobles, cuánta música imágenes letras voy a acumular para creer que te olvidé? ¿Por qué quererlo? ¿Y por qué caer en el lugar del enamorado abandonado cuando nunca lo fui?
Lo que quiero es otra cosa
Lo que quiero no existe
Tenerte como te tenía en mi cabeza antes de tocarte y justo al principio porque no eras vos, era yomismaretrocedida, vuelta al pasado, 15 años en la boca y en la punta de los dedos, y vos eras eso: una piedra de toque
yo rebotaba y rebotaba feliz, adolescente y ese movimiento también ay! cuánto dolía! pero era sentir lo que importaba, salir de la inercia predeterminada que parece a veces, cuando la dejo, imponerse, escapar de mi vida porque era demasiado perfecta y tenía que transformarme, ser más, y todavía no podía porque el miedo me acechaba como un animal depredador, un tigre tan maravillosamente perfecto, tan mío, que hasta me sentía importante de ser su presa, perseguida por él ella era la damisela radiante en el bosque de las delicias y siempre joven virgen inocente vagaba a entregarse a las bestias, porque llegaba desprevenida, caperucita, y al verlas ellas –las bestias– eran tan delicadas como pompones de algodón rosado en el medio verde oscuro de ese boscaje entramado y sombrío, ellas hacían –como hadas– otro mundo dentro del mundo y al venir caminando perdida, ella –la protagonista– las espiaba y creía no ser vista, creía ser ella la Cristóbal Colón, la viajera descubridora que decidiría entregarse al paraíso para nunca retornar al mundo convencional y cuadrado del que procedía… Pero las bestias sabían de antemano quién pasaría por allí y se habían ubicado formando un cuadro hermoso, primitivo y artificial, con el reborde artístico que encantaría a cualquier sensible que sueña despierto, que sobreimprime realidad en realidad, cualquier soberbio que confía más en sus ojos que en su carne, que se pone alerta, pelos de punta, pero los ojos no, bailan con las pestañas, se entrecierran hechizados por la belleza superflua, primera y volátil.
(al final, te corresponde un pronombre femenino, y a veces, plural).
Qué gracioso, no? Cuando lo que yo veía era ese chicohombre desterrado, el caballero que me rescataría de algo –no sabía bien de qué pero para que la fantasía funcionara yo debía estar en peligro y debía ser rescatada– y en ese acto, finalmente, él se reconocería como en un espejo que había perdido mucho tiempo atrás, y su nombre recuperado a partir de la pronunciación del mío, quedaría inextricablemente enlazado como las ramas de un rosal maravilloso que todavía no había dado ninguna flor.
Pero el rosal sin flores –que así se llamaba y a mí no me importó, pensé que era una situación no un ser, pensé que el nombre era vacío e injusto– era una maraña de espinas puñales y lo rojo que se veía nunca se haría flor porque era sangre de los que habían intentado atravesarlo.
Y viéndote así yo me deformaba porque la caballeraera yo (recursiva y melliza).
La caballera era yo, las serpientes, las brujas, las bestias, las reptilíneas, las espejadas, las desenvueltas y enrolladas, las estúpidas, las violadas, las acribilladas, las rompidas, las embarazadas, las envejecidas, las moribundas, las embebidas, las histéricas, las coquetas, las que no dan para más, las animales, las mentirosas, las tentadas, las puritanas, las vendedoras, las infames, las misteriosas, las arrastradas, las vírgenes, las escribidas, las contadas, las nada paridas, las todas muertas, las hermanas, las conquistadoras, las nunca princesas, las piratas, las navegantas, las alemanas, las dalilas, las olorosas, las cabezonas, las apedreadas, las fálicas, las inteligentes y articuladas, las raídas, las profesoras, las encargadas, las pelotas, las amarillas, las personajes:
La caballera.