Martín Jiménez Guerra (1983) disfrutó la azarosa fortuna de escribir libros de poesía y ser reconocido en distintos concursos de cuestionable importancia. Es librero. Averigua eso de ser poeta. Se refugia en la lectura. Se desarma en la escritura. Y respira. Aún respira.
Durante cuatro años publicó sus poemas en Mundopoesía, siendo galardonado en varias ocasiones en el rubro poesía y cuento. Finalizó su estadía siendo administrador de la página.
Concurrió a los talleres de los poetas Fabián San Miguel y Javier Adúriz en La casa de la poesía. Formó parte del blog Mispoetascontemporaneos, administrado por el poeta Gustavo Tisocco y participó del evento realizado en el Salón Dorado de la Casa de la Cultura, junto a destacados poetas de todo el país.
Fue publicado en tres ocasiones en la página de la Televisión Pública.
Fue entrevistado por el poeta colombiano Rodolfo García para el blog Estaciónpoetas y por el español Juan José Plaza Angulo para la revista Lugar de Encuentro. Sus poemas fueron publicados en diferentes revistas de Latinoamerica y España.
Sus poemas fueron traducidos al inglés, catalán y portugués.
Poesiacontrapoesia es su segundo libro.
Algunos poemas para compartir:
Arrugas de la ausencia
Gira la cuchara en la taza,
el café despierta mi olfato
y sobre la mesa el tedio me mira fijo.
En el baño un espejo delata el tiempo,
se ríe y luego llora.
Afuera el asfalto me muerde los tobillos.
Camino por la plaza de las huellas
en donde nos conocimos,
en las pequeñeces me siento
y me pierdo en la entelequia.
Cuando vuelvo,
el sol bosteza y la mirada se aguza
en una, dos, tres, cuatro palomas
que me observan y no entienden,
o por lo menos eso parece.
Un perfume vuela y me lleva hasta vos,
¿qué estarás haciendo ahora?
Hasta quizás estás pensando en mí.
La risa de una nena me desvela.
La busco y no la encuentro;
la miopía y mi cordura me vencen otra vez.
Suenan campanas,
son las siete, hay que ir a la nostalgia
y, cuidadoso, traer algún que otro recuerdo.
No tienen fecha de vencimiento,
pero la otra vez me sostuve de uno que me hizo bastante mal.
A veces es mejor no pensar,
me dice una hoja que cae del árbol,
da dos vueltas carnero
y se acuesta en mi mano.
La desnudo y fragmento sus alas
en uno, dos, tres, cuatro pedazos.
Las hormigas la suben a su lomo
y yo,
trepo mi vista a esa perfección,
que abrupta, una suela rompe
con la torpeza que sólo puede tener un hombre apurado.
El sol se aburre, una vez más
y cierra los párpados el día.
Vuelvo a casa.
La oscuridad entra por la ventana
y viaja en puntas de pie.
A veces me da miedo
y prendo todas las luces.
Ahí es que respiro…
Es irónico, nunca entendí la razón.
Hay preguntas que no tienen porqués,
grita la vida
y su injusta manera de jugar se me mete por los huesos.
Voy a nuestra habitación,
enciendo el velador y mis ojos,
la angustia espera alerta,
te miro en sepia,
le seco la mejilla a la foto
y te extraño;
hace uno, dos, tres, cuatro años
que duermo solo.
Había poesía en su mirada
Idea, no podrás ayudarme esta noche.
Ya no.
En el revés de su ida
veo al mundo derrumbarse sobre el jardín de Safo.
Ya no hay caricias en su voz
ni en sus ojos guarida.
No hay rincones que me sostengan
en este vacío que me entierra su adiós.
No hay resquicios en donde se filtre
la esperanza que consuele.
Había poesía en su mirada
y ahora habitan atragantadas palabras sin decir
revueltas en la garganta del verso.
Había poesía en su mirada
y sólo queda adherida
a la suela de los recuerdos
las esquirlas de un amor que nunca fue pisado.
Lo que queda de mí
El efecto lateral de extrañarte
se acurruca entre el vacío a mi izquierda
y lo que queda de mí del otro lado.
En cada luna me analiza con su mirada
verde, brillante, insidiosa
y cree derrumbar aquel muro de nubes
que creció como una caricia huérfana de manos.
A veces siento el viento de tu voz
dándole oxígeno a mis sueños.
Otras tantas abrazo tu ausencia
como aquella hoja que se aferra a la vida
para luego suicidarse en Otoño.
Es imposible esquivar los recuerdos,
matar al olvido
y enterrarte de mi memoria.
Es absurdo querer hacerlo.
Veintitrés vueltas desesperadas y un poema devastador
Voy a limpiarme de mí
sacarme la muerte de los labios.
Vomitaré metáforas crueles
desde el fondo de mi ferocidad.
Me sostendré de la memoria maquillada
y despediré la puta hipoteca
sobre este muerto papel en blanco.
Voy a lavarme los miedos
con los sucios dedos de la inconciencia.
Acomodaré el vacío a la izquierda
como si yo fuera un holograma de mí
y vos, una repetición de ella.
Voy a lamer la suela de mis poemas
para ver si todavía andás por ahí.
Voy a llenarte de hormigas las venas,
abrazar tu angustia
y lanzarnos al otro lado de vos.
Voy a morder el tumor de la no vida
y escupirlo en el rostro de aquel Dios de cotillón.
Voy a escribir un poema.
Algunos fragmentos:
*El tiempo amortigua los recuerdos. Esa puta carga superflua se vuelve irrisoria con el paso de los años. Como dolía aquello que hoy, desde esta orilla de mi boca, provoca exultación. Media sonrisa. Pienso. No todo lo que muere lo hace conmigo adentro.
*Con el paso de los años, después de haber vivido varias vidas y unos cuantos pequeños derrumbes, uno va perdiendo la esperanza, la confianza, la creencia y la realidad del amor.
Uno se vuelve agnóstico del amor. Deja de creer en las miradas. Busca distracciones que lo alejan de uno. Cree que el amor le es ajeno, que está diseñado para otros. Se vuelve un ser vacío, insulso, incapacitado de amar. Empieza a sentir que el amor es una mera construcción del ser humano. Que el rosa es sólo un color de tantos, que la vida tiene varios matices y que uno deambula de color en color sosteniéndose largo tiempo en el gris y así terminamos por perdernos de nosotros mismos. Uno cae en la pesadez de la rutina autoimpuesta. Se embarulla en pensamientos vanos. Se vuelve inapetente de deseos, reacio de afecto. Deja dormir a su soledad en distintas camas. Busca bálsamo en labios equivocados. Se aprisiona en su propio cuerpo y se ahoga en su veneno. Hasta qué -existen los hasta qué, créanme-, simplemente, sin previo aviso ni anuncios rimbombantes, sin redoblantes ni fuegos artificiales; el amor sucede, y te toca la inconsciencia con vasto descaro y un dejo de sorna.
Uno se vuelve agnóstico del amor. Deja de creer en las miradas. Busca distracciones que lo alejan de uno. Cree que el amor le es ajeno, que está diseñado para otros. Se vuelve un ser vacío, insulso, incapacitado de amar. Empieza a sentir que el amor es una mera construcción del ser humano. Que el rosa es sólo un color de tantos, que la vida tiene varios matices y que uno deambula de color en color sosteniéndose largo tiempo en el gris y así terminamos por perdernos de nosotros mismos. Uno cae en la pesadez de la rutina autoimpuesta. Se embarulla en pensamientos vanos. Se vuelve inapetente de deseos, reacio de afecto. Deja dormir a su soledad en distintas camas. Busca bálsamo en labios equivocados. Se aprisiona en su propio cuerpo y se ahoga en su veneno. Hasta qué -existen los hasta qué, créanme-, simplemente, sin previo aviso ni anuncios rimbombantes, sin redoblantes ni fuegos artificiales; el amor sucede, y te toca la inconsciencia con vasto descaro y un dejo de sorna.
*Debe haber un momento en la vida en que la farsa en la cuál nos envolvemos día a día, simplemente, pasa a segundo plano, y empezamos a vivir como realmente queremos. Nos dejamos de mentir. De auto-convencernos. De imponernos una realidad y sostenernos de ella. De echar culpas ajenas. De distraernos con la no vida. Debería haber un momento en que la teoría quede rezagada ante la acción. En dónde ese deseo incumplido que ni siquiera conocemos, suceda.
*La semana pasada me sentí Baumgartner, lanzándome de mí hacia vos. No tuve éxito. Llovieron pedacitos de mí por todo el cielo. Tal vez nuestra distancia era mayor.