María Cecilia Perna. Nació en Zárate, provincia de Buenos Aires, el 9 de marzo de 1979. Es Profesora y Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, donde desarrolla actividades de investigación. Publicó los libros de poesía La boca de Mercurio (Siesta, Buenos Aires, 2003) Libro Chino (Gog y Magog, Buenos Aires, 2009) y Vísperas (Zorra/Poesía, Buenos Aires, 2009) con dibujos de Alfonso Piantini, así como también la plaquette Gebirge (Zorra/Poesía, Buenos Aires, 2005). Participó y colaboró en la edición de la Trilogía Poética de Mujeres en Hispanoamérica (La cuadrilla de la langosta, México, 2004) así como en diversas antologías y publicaciones electrónicas. Es colaboradora permanente de Revista Ruleta China.
Te sigo (pausa)
de cadera los violines
que están tensando el aire. Desordenadamente
(empuje) asiento
y descubro la proeza de un movimiento ligado
al piso. Piso y sin soltar
la espalda feroz
de mi compañero, me excluyo (golpe
de cadera sobre el aire) bajo
la intensidad del empuje. Ya está ya fue es
completamente inútil — tengo que volver a las palabras
paso
la boca sobre aire apenas suave
del cielo
abierto (pausa) sobre el aire
del cuerpo afín que no me importa un bledo
volver a encontrar (planeo) te quiero así
lo mismo — sigo
que no me importa un bledo lo que voy dejando atrás
atrapada
en mi caparazón acuosa
de lágrimas por todo
lo que perdí (me recupero)
tomo aire fuerte en los violines. La cadera
es la que empuja. Te doy
(soporte)
de aquí en más. Yo soy tu tierra
soy
la base de tu salto
de tu giro en diagonales (pausa):
me estoy preparando para eso
— un bledo lo que voy dejando atrás, es historia
de llanto de pérdida (afuera)
para atrás
que se va que se disuelve en (empuje
del aire que rebota) la tierra
y eso es simplemente
dar un salto —
(suelto peso) la cadera es como un barco es el punto
ahora más amado de mi cuerpo
mi amado
la cadera me trasporta tiene un vaivén
de nube
pesada con sus huesos, claros al contorno
ya astillero
de los barcos que se llevan
los secretos adentro —
carne negra, fuego
adentro sí son mías las caderas y podés
tocarlas cuando quieras,
— me divierte, saber que puedo seguir escribiendo
después de las vísperas
no había
nada más que un cuerpo en bruto
el mio — así,
de carne de astillero
de barco de cadera con violines que no son
ese Titanic
que baja a pique en el agua hasta darse la trompa contra el fondo
del mar sino violines
de parranda (pausa).
Yaraví de cualquier aire
tenso que bajando por el hueso (todavía
te quiero) se desliza hasta pegar
el músculo y la piel a la memoria
del amor (me recupero) del dolor del movimiento — del vaivén sobre la tierra
el airecito
pegado con dulzura a los violines
mi cadera y el vaivén que hacen del aire
de nuevo
— música acoplándose a la tierra.