Seguramente, lo de la actuación vino porque en la actitud de Gregorio había mucho de actuación.
Estaba tan fascinado con Kafka, que su personalidad extrovertida lo había llevado a mostrarle escénicamente al mundo lo mucho que admiraba a su escritor favorito.
Por eso llegó a hacer cosas bastante ridículas, como comprarse un traje gris de solapa ancha, una corbata de nudo ancho y un sombrero, para vestirse igual que su ídolo.
No se vestía así de lunes a viernes. A la facultad iba vestido como una persona más. El traje y el sombrero eran para los fines de semana, sobre todo cuando iba a bailar a Réquiem, un boliche gótico de Avenida de Mayo.
Claro que vestirse así tenía sus riesgos. Una vez, en la esquina de Acoyte y Rivadavia, un grupo de skinheads, al verlo con sombrero y traje, lo confundieron con un judío ortodoxo, le tiraron botellas y lo corrieron durante varias cuadras. Por la ferocidad con que lo persiguieron, fue una suerte que no lo agarraron. Porque suponiendo que lo dejaran hablar y él les explicara que no era judío sino que vestía así para homenajear a Franz Kafka, con que uno de los skinheads supiera que Kafka era judío, cosa bastante improbable pero no imposible, la iba a pasar muy mal.
La fascinación de Gregorio por Kafka no se limitó a leer toda su obra e ir al Ejército de salvación a comprar trajes y sombreros para vestirse como él. No. Fue todavía más allá. Aprendió la técnica de papel maché, y entonces hizo ¡un títere de Franz Kafka!
Se trataba de un títere del tipo guante, para mano. Con ese títere, salía los fines de semana y mantenía larguísimos diálogos en soledad, y también delante de sus amigos.
Diego Recalde, La Meta de Gregorio, Viajera Editorial, 2012.