Mientras corro por las escaleras hacia la terraza con un megáfono, suenan en mis auriculares los primeros beats de [Declare Independence de Bjork]. Después de 12 horas ─no sé cómo me mantuve despierta tanto tiempo─ de estar rodeada de viejos pajeros en el laburo, necesito descargarme de esto de tratar de ser una mujer-hombre en un mundo de hombres haciendo un monólogo para mi querido público:
No quiero ser tu “linda”, “morocha”, “flaca”, “querida”, “bebota”, “primor”… ni que me hables coqueteándome… no nos conocemos como para que entres en confianza tan rápido. Sin maquillaje y en jogging, seguramente me dirías “arreglate, sos una desalineada”. Pretendés que sea tu muñequita, mascarita, 24×7, ¿no, Roberto? Igual, a ustedes los babosos hasta me tiran onda y me quieren dar cuando voy así nomás al supermercado, con cara de recién levantada, al natural… bastante que me pongo corpiño… Vamos, Juan Carlos, vos te creíste que estoy todo el día así hecha una diosa, vestida de gato, ¿no? Ayy, Alfredo, no durarías ni un segundo conmigo porque te jodería si salgo con amigas, si estudio, si curso de noche, si cambio de trabajo, si no quiero convivir con vos… ¡Sacá la mano, Antonio! No cambiás ni una lamparita y esperás que te cocine y te lave la ropa. Si me quejo porque te arreglás para ir al cafetín con tus amigos, y a mí ni me llevás a las esquina (y eso que yo tomo la iniciativa, ojo), me decís “andá a lavar los platos”. Rolando, Rolando… te hacés el gil comprando cualquier cosa en el supermercado, así tenés la excusa perfecta para delegarme otra tarea más. Claro, total, el señor se sienta de lo más campante en el sillón a engrosar la buzarda, mientras yo voy de acá para allá, a buscar precios y hacer todas esas huevadas que supuestamente hacemos las mujeres. ¿No sos vos el que tiene huevos, las bolas bien llenas, el boludo? Vos, vos, vos. Y yo, ¿qué? La conchuda, la hija de puta, y la madre del hijo de puta, en una cadena interminable de hijos (e hijas) bastardos. Por suerte, ya nos animamos a decir que ponemos ovarios. Y feminizamos los adjetivos colectivos, para marcar un poco más nuestra presencia en el discurso. Aunque yo siempre creo que estábamos ahí, tenemos que tener ovarios y saber que estamos ahí, y elevar la voz. En cambio, Eugenio, solamente me “permitiste” pasarme un poco de peso cuando estuve embarazada, y hasta ahí nomás, enseguida me empezaste a decir “vaca, te bajás todos los postres”. Y ayudar con la crianza de la nena, bien gracias. “Calláte, mujer, ¿qué tenés en la cabeza? ¿tenés algo?” Y si no me callo, ¿qué? ¿Me vas a fajar, a moler a golpes, a incendiar?
No, Adalberto, no voy a seguir dejándotelo pasar, ¡sos un auténtico bolas tristes!
Están locos, locos mal… son unos aparatos… unos machos. Por suerte, están extinción.
Fragmento de Strip-Dancer de Gabriela Tavolara.
Próximo título de Viajera Editorial.