La cantora (fragmento)
a Mercedes Sosa
Decían que se llamaba Nakin o Naín1, no lo recordaba o no lo entendieron los del pueblo cuando lo dijo. Sí, sabía Naín, que su vida era para cantar la memoria de los pueblos. De historias lejanas tejía sus canciones y sus mantos. Porque para Naín cantar y entretelazar hilos en su telar era la misma cosa.
La cantora había aparecido en ese pueblo hacía tanto que era improbable que alguno recordara el día. Los más viejos creían que había sido después de las guerras y mientras la paz bailaba entre las casas de los pueblos.
Ella se puso a vivir en la casita más humilde. Entonaba, todas las tardes, canciones con historias antiguas, desconocidas: guerras contra el odio venido de afuera, contra la envidia que dividió hermanos de sangre o de vida. Cantaba hazañas de héroes muertos en batalla, de músicos que habían dado su vida por ser mensajeros. Relatos de niños huérfanos, de pájaros hombres, de viejas que criaron estirpes de héroes, de magos enamorados, de una joven sacrificada en defensa de su pureza. Historias viejas y lejanas, decía la mujer cantora, mientras tejía otras, cotidianas, entretejidas entre los colores del telar. No había uno de ese pueblo que no se sintiera transportado, en las alas de su canto, a otros tiempos y a otros cielos.
Después del tiempo necesario para la confianza y el cariño, el pueblo cantaba con ella. Imitaban las notas que salían de lo profunda voz de Naín, entonaban melodías que conjuraban los males.
Hubo un niño que se quedó prendido de las notas de la cantora. Huérfano había de ser. Naín lo dejó dormir en el portal de su cabaña. Después le dio alimento. Finalmente le dio un nombre: Ahisar. Y le fue enseñando sus canciones. Ahisar se le quedó hijo a Naín
Gloria Candioti.