Moverse entre la premonición de un efecto que las letras harán sobre el lector y la
precisa necesidad de hacer algo con la imposición del propio cuerpo; entre la obsesión por orientarse a través de alguna coordenada y la urgencia de la plena inmersión en la letra; entre la tendencia a escribir para disponer algo en el tiempo y la angustia de hacer algo con el tiempo disponible; entre la vocación por hilvanarse en la secuencia de palabras y la afanosa búsqueda por una sucesión, un legado que supere la finitud.
Es entre algo y no algo, casi como un modelo matemático, el punto en que lo sonoro es jugar y jugarse, sordina para las imperiosas emociones y suspensión del contenido, que emerge el placer del lenguaje. Similar a nadar en agua tibia, pero no tanto como para dormir, la temperatura exacta en la que sería agradable para bracear sin transpirar.
Rastreador en lo profundo del alma; el sonar. Eco en un desierto rebotando en un ojo atento, dando cabida al sonido, reintegrándolo como un aullido.
Jadeo sonoro para alguien al otro lado, que ya se rehizo como cuerpo en el lenguaje. Un semejante a quien le place ronronear, labrar, tomar, hachar y tantas otras formas de resonar.
Hay quien sabe que brrrr es la forma en que a veces bufa la bronca, pero sospecha que puede tratarse de un bramido suave, una caída brusca, la ligera aparición del deseo. No aparición, sino que parición. Ella sería la palabra correcta.
Ricardo Czikk, Desmonte.
Viajera Virtual, 2015.