Cuando mi madre volvía de un largo viaje, toda la familia iba a esperarla, porque siempre llegaba con varios paquetitos, además de sus valijas personales. Había que ayudarla en el traslado de tantos bultos.
Gabriela, mi hija, esperaba ansiosa a su abuela pues siempre le traía de regalo una muñeca diferente. Esta vez era una muy grande, de la misma altura que ella, caminaba y hablaba con sólo apretar un botón.
El parecido de ambas era increíble, se llamaba “Matilda”, entonces Gaby la llevaba de la mano a dar vueltas por la habitación y cuando la muñeca decía “yo soy Matilda” ella le respondía “y yo soy Gabriela”. Seguía repitiendo lo mismo, a modo de diálogo, hasta que le cerraba el botón que la conectaba.
María del Carmen Sarquis