Los primeros años de casada era difícil vivir sin enseñar, significaba mucho la docencia para mí, así que instalé cartelitos en todos los negocios del barrio y comenzaron, de a poco, a llegar los alumnos.
Me gustaban todas las materias así que ayudaba a niños y adolescentes a comprender lo incomprendible, a poder hacerlos razonar, pensar.
Recuerdo que sentada en la cabecera de la mesa dirigía a unos y a otros con una sensación de placer muy grande. No hace mucho mi hijo menor me confesó que él escuchaba debajo de la mesa mis clases, entraba y salía sin que yo lo percibiera… Fue muy lindo enterarme ahora y volver a recordar aquellos viejos tiempos.
María del Carmen Sarquis.