Existen momentos en la vida de la relación entre un padre y un hijo en el que se dan ciertos tópicos que deberían ser perdurables, eternos. Desafortunadamente estos encuentros no ocurren (o no los percibimos como deberíamos) con una justa frecuencia. Son más bien escasos. Por eso, cuando pasan, si pasan, es imprescindible atesorarlos.
Charla con Juli.
(tarde, ya de noche bajando las escaleras camino a la cama)
Juli: -Papá, sabés que a veces yo no soy valiente.
Papá: -¿Cómo es eso Juli?
Juli: -Y sí papá, porque yo a veces siento miedo. Entonces, no soy valiente.
Papá: (en este momento no pude con mi genio, nos sentamos en el descanso y le dije algo que me gustaría recuerde toda su vida)
-Mi amor, ser valiente no quiere decir que no tenés que tener miedo. Tener miedo es normal y está bien que te pase.
Ser valiente, es sentir miedo pero no dejar que el miedo te vaya por todo el cuerpo.
Es no dejar que el miedo no te deje pensar.
Ser valiente es sentir miedo, pero estar tranquilo de todos modos, siempre pensando, sintiendo.
Ser valiente, es saber que el miedo está ahí y que por más que corras, no va a desaparecer. Así que no tiene sentido correr.
Ser valiente es decir: «Tengo miedo».
Tomó mi mano y bajamos la escalera. Leímos un cuento. Se acostó y ya no hablamos del miedo. No sé si llegó a captar todo lo que le quise transmitir sobre el «ser valiente». No sé si llegué a expresar todo lo que habría querido.
Javier Pizarro