Un día me puse a pensar sobre el significado de la palabra forjar y sus implementaciones metafóricas más frecuentes: «…forjar un futuro«, «…forjar una carrera«, «…forjar una vida«. Entonces, como para empezar por algún lugar, busco en el manual del buen orfebre y encuentro que forjar no es más ni menos que una forma muy antigua de trabajar los metales, la cual, consiste en la aplicación reiterada de calor a discreción y sucesivos golpes a un bloque de metal hasta obtener de este la forma finalmente deseada. Con este tipo de técnicas se llevaban a cabo la confección de joyas, armas, adornos, herramientas. Otro dato que me llamó la atención es que no todos los metales pueden ser trabajados de esta forma, ya que para que la pieza pueda ser noblemente tratada, la misma tiene que tener la capacidad de asimilar igual temperatura en toda el área a tratar, de lo contrario se dice que carece de temple y termina por quebrarse antes de tomar su forma final.
Me gusta pensar que nosotros venimos a este mundo como simples bloquecitos de metal y la vida no es mas que un orfebre muy sabio y hábil, que disfruta del arte de improvisar, el cual nos va forjando día a día, llevándonos al límite de nuestro temple para que golpe a golpe podamos descubrir qué forma iremos tomando en cada etapa de este trabajo.
Probablemente, cada uno de nosotros no es más que una finísima y única pieza artesanal que ha de ser trabajada hasta el último de nuestros días. No digo que todo este proceso sea ciento por ciento disfrutable, en todo momento. Digo que esto es algo que no podemos controlar y que indudablemente va a acompañarnos a lo largo de toda nuestra vida, con momentos de más reposo en donde nos enfriamos un poco y puede ser que tengamos la oportunidad de ver en qué clase de caprichosa pieza nos vamos convirtiendo. Y con momentos de más «trabajo» en donde sentimos que somos golpeados casi sin descanso. En esos momentos debemos mantener nuestro temple para no quebrarnos, y debemos recordar quienes somos para no deformarnos, para no perder nuestra esencia y así, no correr el riesgo de encontrarnos en reposo el día de mañana sin poder reconocer en qué clase de pieza nos estamos convirtiendo. Son aquellos momentos en donde más fuerte son los golpes, cuando adquirimos nuestros rasgos más significativos.
Aprendamos entonces a reconocernos, sólo de esa forma sabremos acerca de nuestro verdadero valor y sentido.
Pero como la vida no es simple, llana ni unidireccional, además de ser piezas de metal en contínuo proceso de formación, además somos coleccionistas. Un verdadero coleccionista, que se precie y sea reconocido como tal, conoce al detalle sus piezas, sabe acerca de sus historias, sus cuidados, sus utilidades. Por lo tanto, somos coleccionistas de esa única y maravillosa pieza que es nuestra vida. Pero también lo somos de aquellas vidas de los seres que nos interesan. Y como tales influenciamos en ambos universos.
Por último, el trabajo más arduo, es tratar de descubrir si somos una espada, una daga, una corona, un anillo, una armadura, un collar, una cuchara, un plato o cualquier otro etcétera. Supongo que aquel objeto con el que cada uno pueda llegar a identificarse, es algo a lo que probablemente también podamos sacarle el jugo. Pero considero que ese jugo, merece ser bebido en privado y en otro momento. Por el momento, me basta con saber que no es por un capricho que a veces sentimos que la vida nos llueve a golpes. Por ahora, me reconforta saber que de toda esa tupida aporreada, saldrá una mejor versión de mí.
Javier Pizarro.
Una respuesta a «Forjar * Javier Pizarro»
Hermoso texto Javi! 🙂
Amé la frase, y cito: «Aprendamos entonces a reconocernos, sólo de esa forma sabremos acerca de nuestro verdadero valor y sentido». Me pregunto si existe el lugar correcto para «influenciar ambos universos», al menos hoy concibo uno. Y remato: me gusta pensar que soy mi propio orfebre, aquel que forja su propia vida a piacere, a pesar de lo externo, aquel que es un hombre libre improvisando desde el amor.
Abrazo de oso!