(…) El hecho es que, si nos atenemos al arte en general, en especial literatura y plástica, representar ha sido y es ideología –que exalta lo que, como se ha dicho, es y está en el modo mismo de relación con lo real-, práctica –un conjunto de modos de hacer- y variabilidad –alteraciones y cambios que tienen por objeto, deliberada o involuntariamente, ratificar el dominio de la representación-. Este último aspecto, sobre todo, funda las historias parciales, de la literatura o del arte, puesto que si la ideología puede haber permanecido incólume –cada tanto aparecen formulaciones reivindicatorias tales como realismo socialista, realismo mágico, hiperrrealismo y otras- la práctica ha permitido el cambio y la evolución, que son los fundamentos de toda historia. Pero, ateniéndonos a la del arte la mayor parte de las historias que conocemos, incluso las que se conciben modernamente, no hacen más que encadenar hechos de representación destacando, en el mejor de los casos, el acierto o el valor de unos y otros, aquello que los hace historiables, y mostrando, o explicando, las diferencias formales y de intención que existen entre unos y otros.
Desde las pinturas rupestres hasta el realismo socialista, pasando, aunque parezca extraño, por el arte religioso, tan abstracto, eso ha sido así en la llamada historia del arte pero, por debajo de lo que muestran o enseñan se percibe una dramática, la de los modos con los que los artistas han enfrentado, sin poder evadirse de ella, las dificultades de la representación.
La lectura de cada uno de esos momentos deja advertir esa tensión, una lucha, muchas veces proclamada, a veces enconada, una tenaz tentativa, explicada o razonada ya sea por una emergencia generacional, una atención a los cambios sociales o una subjetiva vocación de novedad, de torcer las leyes vigentes de la representación, admitidas en cierto momento como universales, para establecer otras nuevas. Erich Auerbach mostró en su ejemplar Mimesis cómo se manifiestan esas novedades, desde la Ilíada hasta la obra de Proust, señalando irrupciones temáticas o percepciones estéticas que cambiaron la fisonomía del imaginario occidental a través de los cambios textuales. O también, tal tentativa, de llevar la representación a lugares “otros” respecto de los establecidos, eso que se denomina “innovación” o incluso “revolución” y de lo cual un ejemplo siempre invocado es la emergencia del romanticismo en relación con el clasicismo o del simbolismo en relación con el romanticismo o de la vanguardia con el simbolismo. Esos lugares otros tienen muchos nombres, tantos como los propósitos de innovación que han sido capaces de acuñarlos –el lugar del compromiso, de la celebración, de la identidad, del servicio- pero ahora, y con el objeto de dar un giro a estos razonamientos, los quiero encerrar en un “no lugar” que llamo “significación” y que siendo un no lugar sería no obstante reconocible, percibible, por ese plus que todo acto artístico persigue aunque esté sometido a las más severas exigencias de la representación.
Noé Jitrik, Lógica en riesgo, Ensayos heterodoxos.
Viajera, 2016.