Si hay algo que es muy incómodo y que aparece con los primeros fríos en la vida de un cachorro de humano es la mucosidad que le “corre” constantemente en el breve espacio que va desde la nariz hasta la boca. Y esto no es tan incómodo para ellos –que son seres que naturalmente se adaptan a todo sin mayores dificultades– como para nosotros –que somos seres que naturalmente evitamos los cambios para ahorrarnos el esfuerzo de adaptarnos. A menudo convivimos con estelas brillantes en camisas, sweaters, pantalones; marcas que son muy difíciles de explicar para el resto de los adultos que acompañan nuestra existencia diaria. Estar atentos y limpiarles la cara con una carilina es un trabajo de nunca acabar, ya que ni bien liberamos la zona en cuestión, se vuelve a congestionar a los pocos segundos. Lo que necesitamos es hacer un vaciamiento más agresivo de esas diminutas fosas nasales. Utilizar gravedad e inercia no es opción, dejar que el pequeño se precipite y frenarlo “en seco” a centímetros de hacer impacto contra el suelo, no nos entrega los mejores resultados. El punto sería enseñarles a resoplar desde sus narinas hacia el mundo exterior. Pero ¿cómo explicárselo con apenas un par de años? Lo cierto es que el día que logran hacerlo, un universo de nuevas oportunidades se abren a nuestras vidas, desde ese milagroso instante no tendremos que invertir tiempo ni esfuerzo en controlar sus fluidos nasales cada cinco segundos.
Javier Pizarro, Paternidad se estrena.
Viajera, 2017.