Carrizo intentó pararse para ver si en los otros vagones venía gente, pasó al anterior y no vio a nadie y así hasta llegar al primero y nada. De repente las luces se apagaron y el tren se frenó, solo quedaron prendidas la luces rojas de las balizas. El miedo empezó a invadirlo. Trató de abrir las ventanas y no pudo, se sintió sofocado, esa sensación de encierro lo invadió por completo. Buscó hacer sonar la alarma de emergencia, pero sin luz no era fácil encontrarla. Con desesperación agarró su celular, prendió la linterna y vio que a unos metros estaba el interlocutor, se acercó y pidió auxilio, un silencio frío, nadie logró escucharlo, volvió a llamar con insistencia varias veces y nada, hasta que se prendió la luz y el tren salió disparado. Carrizo no logró sostenerse, agarró las curvas a gran velocidad, sintió que iba a desarmarse. De repente el tren clavó sus frenos y volvió a arrancar con toda la furia.
Carrizo gritaba, lloraba y no podía creer lo que le estaba pasando. Sólo quería bajarse pero eso le era imposible, sentía frío y calor, pensó esto era peor que morirse, era un infierno del que no podría salir. Los oídos le dolían por tanta velocidad, de pronto en una curva pronunciada la puerta de la cabina del conductor se abrió de par en par y ante su asombro no había nadie, puro vacío. Estaba perdido. Una transpiración fría invadió su espalda, pensó en lo peor, su cuerpo empezó a tiritar, el corazón se le salía, las imágenes se le volvieron a la mente. Ya no supo más. Estaba perdido.
Victoria Verzura, 2017
Minuto Fantástico.