Desde temprano busco la línea de tu rostro en mi memoria. Viniste en un sueño. Estuviste paseándote con otra gente, vestido del hombre más deseado y de la mujer más dulce. Por momentos te veías desnudo, andando con desparpajo. Yo, incrédula. Cuando te veía de espaldas me preguntaba por tu rostro, y en eso sigo.
Hoy caminé tres cuadras intentando recorrer tus gestos, dibujar tus dientes, adivinarte, y esas cuadras fueron kilómetros.
Es tanta la profundidad del pensamiento que la mañana se me fue en las calles. Todavía no había conseguido escuchar las palabras que me decías en el sueño cuando pude, por fin, ver tu cara.
Todavía se me escapa. Si me fijo en tu boca se escabullen tus pómulos y tus ojos me llevan a otro lado. Es la expresión entre soñadora y doliente la que me intriga. No entiendo lo que decís.
Sigo sin entenderte. Hay algo de oscuridad que se cuela en tu piel. Suena el despertador. Seguís hablando. Hay unas manchas que amenazan tu existencia, que ahuecan tu cara. Seguís hablando.
Te miro, no sé quién sos, tengo partes tuyas en mi retina. Sé que no existís pero te busco. Sos anónimo, imposible, y te amo.
Hay algo que nos quita el futuro, que nos mata a vos y a mí. Intento entender esta falta de felicidad pero te vas, de otra mano, a un mundo sin sueño, a la línea de tristeza en la que la alegría se destiñe.
Yo puse eso en tus ojos. Aunque ya no te tenga conmigo.
Lorena Suez, Intemperie.
Viajera, 2016.