“El amor inicia siempre con un encuentro. Y a este encuentro yo le doy estatuto -de alguna manera metafísico- de acontecimiento, es decir, de algo que no ingresa en la ley inmediata de las cosas.”
Lo dijo Alain Badiou hace unos años; me pasó tal cual ayer en el Moyano.
Quedó resonando en esas paredes la pregunta de Daniel: “¿hoy hubo amor?”. Gritamos casi a coro con Elena que sí, que indudablemente lo hubo. Cuando me iba, ella me dijo “hoy comenzó algo hermoso”.
Daniel Gradar y yo entramos por puertas distintas al Hospital, por eso durante unos minutos recorrí sola sus jardines y salas, antes de comenzar el Taller. No había ido nunca al Moyano y debo decir que tuve una buena impresión al entrar: el parque es amplísimo, bien cuidado, y por lo menos las habitaciones y oficinas que yo vi están pintadas y limpias. Tiene una hermosa capilla. Es verdad que no me detuve demasiado, quería llegar rápido al segundo piso, donde funciona la “Terapia a corto plazo”. Aún así, fue suficiente para llevarme puesto el fuerte contraste entre esos árboles añosos, la sombra agradable en un día tan caluroso de enero, y el deambular solitario (tantos días iguales, pensé, se les deben hacer eternos) de muchas de las internas. Me hubiera quedado charlando con varias de ellas.
Ya en el lugar del taller, enseguida llegó Daniel. No había mucha gente, nos instalamos en una sala que es comedor, salón de lectura, de televisión, de visitas. Llegó Daniel, entonces, y no exagero si les digo que pareció llenarse el lugar. Empezó a saludar, a abrir bolsas, a hacerles mil preguntas a las mujeres, a bromear y hablar muy en serio a la vez. Las internas, sus mates, los cuadros, la biblioteca, muy rápido todo se me volvió familiar. Fue sorprendentemente fácil estar allí a partir de ese momento.
Él preguntaba y ellas seguían con inteligencia el diálogo… incluso Florencia dijo: “no hay que hablar tanto, no me gusta hablar en español, quiero hablar en hebreo”. Con toda naturalidad, Daniel le dijo que le subtitulara, que él no sabía hebreo. Así ocurrió más de una vez, para mí una de las experiencias más lindas de esa mañana: fui partícipe de este aceptar al otro (las otras y los otros) con lo que trae y lo que puede dar, con su particularidad, recibido e impulsado a no quedarse en sí mismo.
Enseguida: “la palabra mesa, ¿qué es para vos?” nos preguntó Daniel a cada una. Alguien dijo: «un lugar lleno de gente que no está”. Vi como a cada paso quería asomar un dolor muy hondo que encontraba espacio en la palabra y en los ojos de quienes estábamos alrededor, justamente, de esa mesa. También los míos, mis dolores, parecían poder estar allí sin que nadie los apartara con la mano. No había por qué esquivarlos.
Leímos “Bolero” de Cortázar a dos voces con Florencia la de los ojos de mar; leímos “Y además” de Hugo Gola con María que pronunció de una forma inolvidable corazón enorme; leímos Baudelaire (dicho tal como se escribe ya que así, pronunciado en español por María, quedaba más lindo).
Descubrimos que Elena sabía francés, le pedimos que lo leyera y aceptó. Puedo asegurarles que no lo recitó sino que hizo suceder ese poema. Para ese entonces ya me resultó imposible no lagrimear, de pura alegría, de oír un francés perfecto en la voz de Elena, de verle los ojos llenos de luz por lo que había leído, de entender que estaba “pescando” esa experiencia en su vida, que los versos no quedaban en palabras… (¿la palabra alcanza? fue otra de las preguntas «ligeras” de la mañana…). Al terminar el poema Elena nos explicaría por qué el hombre y el mar son semejantes en ese corazón que es una “queja indomable y salvaje”. Tienen que venir para escucharla.
Ella llevaba dos aros distintos, en una oreja una cruz y en la otra una perla… por supuesto, llegó la pregunta, ¿por qué? Aviso que lo relato con mis palabras, las de Elena fueron únicas por su belleza y precisión. Nos dijo que la perla es signo de Cristo. La concha que está horadada y lastimada por el tiempo y la erosión deja pasar mucha arena. La arena alimenta a la perla, que se vuelve más grande y hermosa. El sufrimiento, el dolor en ese caparazón lastimado permite que la perla sea más grande y hermosa. Pensé inmediatamente que así era también en su caso.
“El amor es siempre la posibilidad de presenciar el nacimiento de un mundo”. Supe que hace doce años que APOA va al Moyano, vi la biblioteca que alimentan cada miércoles, me encontré con ojos y oídos que los esperan, aún de forma distraída. Doce años es mucho tiempo para ser solo una emoción. Por ello, después de todo lo vivido vuelvo a Badiou, porque sus palabras me suenan más conocidas después de haber estado esas horas en el Moyano: “Se da, por supuesto, un éxtasis al comienzo, pero un amor es ante todo una construcción duradera. Digamos entonces que el amor es una aventura obstinada.”.
Agradezco especialmente a Viajera Editorial, amigas de APOA, quienes me recomendaron especialmente esta experiencia. Gracias Karina Macció!! Y gracias totales Daniel… o ya te había agradecido????
Alicia Saliva.
estoy convencido de que el amor,
como afición colectiva, por ser aquello que -para
casi todo el mundo- otorga intensidad y significación
a la vida, no puede ser un don hecho a la existencia
en el contexto de un régimen de ausencia
total de riesgos
El amor asegurador,
como todo aquello cuya norma es la seguridad,
implica la ausencia de riesgos para aquel que
cuenta con una buena aseguración, un buen ejército,
una buena policía, una buena psicología del
goce personal, y todo el riesgo para aquel que se
tiene enfrente.
Es necesario reinventar
el riesgo y la aventura, en contra de la seguridad y
la comodidad.
Para conocer más de Apoa en el Moyano visitá: http://apoaenelmoyano.blogspot.com.ar/