La noche del casamiento de la Bebota con el muchacho del perro gigante, de mirada loca como la de su dueño, llovía a cántaros y llegamos al final de la fiesta. Me puse vestido y zapatos Chanel blancos, aunque ya se sabe que no se va de blanco a las bodas. Ni bien Rossini y yo entramos, el muchacho del perro desmesurado, a quien sólo había visto un par de veces, me invitó a seguirlo a la trastienda. Supuse que para servirme algo
de tomar, en las mesas quedaba muy poco. Me llevó hasta los baños, me metió en uno, dijo que siempre lo había excitado mi cara de muñequita y quería despedirse de su soltería. Trabó la puerta de chapa acanalada por dentro. Hacía un calor humeante, sulfúrico. Miré mi zapato de punta cuadrada, inmaculado en un charquito ambarino. Con parsimonia, clavándome su pupila lunática, comenzó a maniobrar con el cierre del pantalón. Olicua paradoja. No un invitado, no el padrino, el novio se emboscaba conmigo en las letrinas. Con la mano impedí que siguiera, diligente y sorpresiva había llegado la revancha. Los lunes a la tardecita, Rossini y la Bebota podían seguir revolcándose juntos.
Volvimos a la fi esta donde nadie parecía habernos extrañado. Como una reina, desde el Chanel, brindé con la novia por su felicidad eterna mientras dejaba que Rossini me mordiera, goloso, la oreja.
de Montgomery de lana roja
Cristina Eseiza nació escritora. Luego de inundar la casa con poemas, muchos poemas, a los diez años escribió su primera novela. Todavía conserva el original, escrito en hojas sin pautar, con su migrante letra de niña.
Siguió escribiendo poemas sin parar hasta que apareció la otra personalidad. Terminado sexto año en el Colegio Nacional de Buenos Aires, ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA para estudiar Letras, carrera que la enamoró y le permitió acercarse a la literatura con otra mirada. Sin dudas, Cristina está más orgullosa de sus lecturas que de su obra.
De la mano de este nuevo amor, fue profesora en numerosas instituciones educativas, en los niveles secundario, terciario y universitario. También hubo lugar para la educación especial, abriendo un universo, una energía inexplorados, desconcertantes. Dictó cursos de capacitación en todo el país, a docentes y profesionales de diversas disciplinas. Asesoró a empresas y asociaciones públicas y privadas. Participó de proyectos teatrales, desde la asesoría y la traducción de textos, hasta la puesta en escena de varias obras. Fue correctora para editoriales y gremios. Publicó en la web artículos sobre Comunicación, Filosofía, Análisis del discurso, algunos son de consulta obligatoria en seminarios de la UNLA. Coordinó talleres de escritura durante muchos años y fue jurado en concurso de cuentos para la UCES. De larga trayectoria en medios, ha sido columnista de programas radiales y televisivos, además de jurado en una competencia internacional sobre Literatura en lengua española. Mientras tanto, la escritora esperaba, paciente, su renacer.
Agotada la pasión por su otra personalidad, Cristina retomó la pluma y tuvo consigo misma la reedición del antiguo romance: escribió su segunda novela, Sol en Leo. Hoy, su apasionamiento insaciado inaugura una nueva intrepidez y suelta esta incierta bocanada, Montgomery de lana roja.