1
Hay días donde despertar es el comienzo de eso que a veces sucede. Empieza con un gusto pastoso en la boca y una confusión que se estira. Todo está igual que siempre, los objetos de tu casa tal cual quedaron de la noche, pero sabés que es distinto.
Yo había hecho algo, ¿qué era?
2
Descubrís diferencias mínimas: la posición del cepillo de dientes, el tono más oscuro de la toalla, un zumbido ahora entrecortado en la heladera, el pulso de tus latidos más presentes. Sobre todo, una certidumbre impregnada en las superficies, un rotundo y pegajoso aburrimiento.
Durante todos los días de esta semana, que por fin estaba terminando, me lo pregunté de manera cada vez más nítida. Ahora lo puedo puedo formular con precisión.
3
Pensás que desayunar va a mover las partículas del sueño. Creés que arrancar y salir al trabajo puede aliviar la picazón llana de la mente. Pero, antes siquiera de intentarlo, te das cuenta de que no va a cambiar nada. El día está perdido.
Al principio, cuando entraba a casa después del trabajo, era solo una sensación extraña, un hilo de duda que me mantenía quieto hasta que se iba.
4
Algo está metido adentro. ¿Qué es? De a poco, notás cómo drenan las ganas de moverte. Dudás si irte o quedarte en casa. O llamar a un médico. ¿Llamar a un médico? Los pensamientos se enredan, hay un goteo de sentido. Querés ayuda, pero no sabés de qué.
Siempre me creí una persona de imaginación ardiente, y eso inflaba el pecho a la vez que me hacía sentir peligroso.
5
Esperás a que todo se aquiete, en especial la picazón detrás de la oreja, los puntitos de la esquina entre el techo y la pared, el olor de las piedritas del gato, esa sensación de que te olvidás de algo, una lista de pendientes sin terminar que repasás. Y está vacía.
Yo abría la puerta, colgaba la campera del respaldo de la silla, generalmente tomaba agua de la canilla con un gesto auténtico, y sin reparar ya en los maullidos del gato le llenaba el pote de comida.
6
De golpe un crujido tuvo lugar y te involucró entero: estaba ahí, lo intuías. Qué te faltaba, qué era. Te levantase y abriste el cajón de la cocina. Luego chequeaste el del baño, la mesita de luz, los cinco estantes del armario.
Todo en su lugar, alineado, limpio, intacto.
Desbloqueás el celular, sin novedades. Revisás otra vez la agenda. Se te empieza a trabar la respiración y abrís la ventana, puro sol y viento. Buscás, se te escapa, reincidís. Te alivian algunas ideas aunque notás la pobre estrategia de la mente, solo segundos, ilusiones.
El cansancio invadía como una erupción atroz. Me tiraba en la cama y cerraba los ojos, al menos dos minutos, cinco, o diez. Me estaba pasando algo, me estaba pasando algo.
¿Qué faltaba?
¿Qué había hecho?
Axel Levin, 2020.