Como La disparition de George Perec, La pérdida o la perdida habla de un extravío, ya no aquí el de una por demás ubicua letra “e”, sino el de un acento que podríamos –quizás sólo entrecomillándolo– tildar más “de época” que “de extranjería”.
Lo que se ha perdido aquí es –enhorabuena– el tono de suficiencia –desde la risa postmoderna de los 80 al regodeo en lo vulgar (¿pseudogauchesca urbana?) de la década siguiente, de la que Karina Macció siempre supo mantenerse saludablemente a un lado.
Lo que se encuentra, en cambio, es –enhorabuena– el apunte minucioso de una experiencia extrema. Es decir, precisamente eso que –(n)os guste o no– ha hecho siempre (a) la gran literatura: dar lugar al fluir de una conciencia que necesita arrojo por demás para escucharse y enfrentarse a sí misma.
“Poesía urgente”, “Poesía necesaria como el pan de cada día”, como diría Gabriel Celaya, no tanto aquí por política denuncia de una devastación social y comunal, como por íntima biopsia e indagación del ser y estar, y del perderse y desaparecer y reencontrarse, frente a ese espejo que siempre es uno y… el otro más entrañable.
Esa otra política, esa otra estética, ese humanismo.
Mercedes Roffé