Entrevista al autor sobre «Presente continuo»
¿Por qué decidiste hacer este recorrido, este viaje por tus textos?
El recorrido tiene relación con una especie de hilo vinculado a una acústica y a una respiración. Una respiración ligera. Una suerte de aire liviano que atraviese los textos. Ésa es mi aspiración.
El recorrido tiene relación con una especie de hilo vinculado a una acústica y a una respiración. Una respiración ligera. Una suerte de aire liviano que atraviese los textos. Ésa es mi aspiración.
En el poema “Siglos” dice: “Si es verdad que el pasado se vuelve destructible, aquel que reverencia la tradición, ha dicho acerca de su casa atestada de libros, en un gesto casi final: ‘Hay que ir deshaciéndose de ellos’”. ¿Sentís eso respecto de tu biblioteca? ¿Qué es para vos un libro en relación con el tiempo?
La frase “Hay que ir deshaciéndose de ellos” pertenece a Héctor Ciocchini, que la dijo en un seminario que yo estaba cursando. Ese fragmento se vincula con una actitud deseable, la de poder
deshacerse de los libros, ir disolviéndolos, alejándose de la idea de una biblioteca quieta y pesada. Tal vez, a mí, que tengo –pero sobre todo tuve–, una relación de cierta devoción por los libros, el hecho de poder escribir esa frase me permita aligerarme de ellos, ir deshaciéndolos como una posibilidad de escritura. Se me ocurre que cuando podemos olvidar verdaderamente, o mejor, cuando tenemos una relación menos paralizante con el pasado y la herencia, podemos empezar a escribir. Es raro esto porque en un epígrafe de La demora reproduje la siguiente frase: “El pasado es indestructible”. Entonces, ¿en qué consiste el olvido?; en la posibilidad de creer en una voz nueva que nos ayude a escribir, disolviendo las voces ajenas en una voz llena de voces, una voz disuelta, como si tuviera un carácter acuático, articulada a través de la fluencia de otras voces.
“Hay un bosque helado/ dentro de mi pecho”, empieza el segundo poema. Y a lo largo del libro aparecen “tundras”, “hiedras”, “abrojos”, “algas”; todo un mundo vegetal en expansión que a veces se anhela, a veces entorpece y siempre se contempla.
¿Qué es para vos este mundo? Y hasta podría ampliarlo un poco más y preguntarte qué es esta naturaleza que irrumpe entre los libros, entre las voces, entre la familia?
Cuando escribí ese poema del bosque, literalmente sentí durante una larga temporada, un círculo helado dentro del pecho, un círculo que me lo imaginaba vegetal, atravesado por el frío, un bloque que era necesario extirpar.
En cuanto al universo vegetal de mis poemas lo asocio a un mundo elemental. El contacto material con las plantas, los pinos, el pasto, el frío, la tierra, la arena, el mundo subterráneo de las algas, se relaciona con algo primario, algo que me dice que es posible comenzar. Tocar las cosas de la naturaleza es un acto que nos vuelve nuevos, otra vez. Y tal vez, de esa manera, recordar ya no sea un peso, sino algo que pueda integrarse al presente.
Me parece que se “desenrollan” dos hilos fundamentales en el libro: el “hilo” de la voz, y el “hilo” de la sangre. ¿Por qué usás justamente esa metáfora, la del hilo a veces tan tenue, a veces invisible, para hablar de dos factores que nos marcan a todos, pero en especial al poeta, que va en busca de su voz?
La voz es un elemento material: el sonido de las palabras que uno pronuncia. La escritura de los poemas parece vincularse con nuestra voz material, pero de manera invisible. La escritura quiere ser voz. Pero la voz también es una imagen, una especie de habla utópica que el poema construye. Si el poema es también una imagen (por ejemplo me imagino los poemas de Vallejo, o los de Trakl, antes de releerlos, en términos de una imagen concreta), los discursos que atraviesan el poema forman parte de una voz posible. Sin embargo, la voz no es anterior al acto de la
escritura, no es algo previo, sino que los lenguajes, las voces y las escrituras que nos atraviesan son el material de la voz posible. La voz es una especie de nudo que hay que desenvolver a medida que escribimos: en ese sentido la escritura es un flujo que permite queacontezca una voz, una voz posible, y acaso, una voz deseada. En la poesía, entonces, la propia fluencia es la
que nos permite ir encontrando una cierta acústica, en la medida que vamos “hablando”, en la medida que vamos poniendo palabras y frases como piezas, hasta desovillar algo del orden de la respiración.
El tiempo es una sensación vívida en tus poemas. A medida que se avanza en la lectura, se empieza a percibir en su intensidad y capricho. ¿Cómo lo sentís vos luego de escribir? ¿Qué lectura, qué escritores, te marcaron con este tema?
Es cierto. La mayoría de los títulos de mis libros se relacionan con el tiempo. El primero de ellos, Unos días, está asociado a una frase que usamos habitualmente: “Me voy unos días a la costa”; “En unos días te llamo”; “La vi hace unos días”. Y me parecía que esa frase habitual, que decimos muy cotidianamente, era una especie de sinécdoque de nuestra existencia que partía de nuestra oralidad cotidiana: nuestra vida consiste en “unos días”. Respecto del tiempo, hay un par de poetas que han gravitado poéticamente en ese tema: Salvatore Quasimodo (“El silencio no me engaña”) y los poemas de Juan Manuel Inchauspe; y también la poesía tremenda y maravillosa de Estela Figueroa.