Permanecer en un cuarto de Bengala Hotel es animarse a probar el limbo: ni la vida, ni la muerte, sino ese intermedio donde fluyen las palabras, como bolas que ruedan, burbujas que flotan, o espuma de oleaje, multiplicándose sin cesar. Es el espacio de la reflexión y la búsqueda, es el tiempo inmóvil –si eso puede existir– es la decisión que no se decide, es el intento por responder las preguntas más difíciles, las quimeras que nos acechan. ¿Qué significa vivir? ¿Qué es el tiempo? ¿Hay algo al final de todo? Del yo, ese pronombre que todos llevamos y afirmamos muchas veces a nuestro pesar, ni siquiera se pretende saber algo. Se va descubriendo, con timidez y duda, que no existe otra forma de ser que no sea a tientas.
Desde adentro del cuarto-bengala, una voz se pregunta “¿Romper o no romper el cristal?”. Posee una llave que abre todas las puertas y ventanas, pero que no se decide a usar. Lo que intuimos, con el libro entre las manos, es que ese cristal ya está roto. De hecho, pudimos entrar y
estamos recorriendo un espacio inagotable, diverso, percibido en esos cuartos que se desdoblan a medida que avanzamos, que se expanden al tocarlos, y que no dejan de parpadear con imágenes y sonidos.
Karina Macció