Aquí uno de los textos que leyó el autor de Léame en la última edición de la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires.
Nicolás Di Candia entre Ting Ting Mei y Diego Recalde |
Mar de gente
Era un espléndido día de verano. El sol brillaba sobre toda la ciudad. Brillaba especialmente sobre las baldosas blancas de la calle Florida. La gente que poblaba la peatonal recibía calor desde arriba y desde abajo, un efecto invernadero inverso que derretía las suelas. Era momento para tomar helado, pero como era horario laboral, nadie quería mancharse la ropa. Esa misma ropa hacía que el sudor cubriera gran parte de los cuerpos.
Para cualquier lado donde miraba, veía gente. La multitud no terminaba nunca. A lo lejos veía espejismos sobre las cabelleras, como en la ruta. Los individuos se iban renovando. Se formaban corrientes de personas que iban hacia un lado y hacia otro. En algunos sectores había remolinos.
El calor era sofocante. A medida que subía la temperatura, me iba mareando. Me bajaba la presión y me encontraba cada vez más confundido. Tenía la necesidad de darme un gran chapuzón. Entonces, sin pensarlo, me trepé al semáforo peatonal y me lancé hacia el gentío con el cuerpo hacia adelante. Quedé flotando sobre los cabellos de algunas cabezas sorprendidas, que no tuvieron tiempo de reaccionar porque comencé a nadar por encima de ellas.
Sentí algunos gritos, pero como estaba concentrado en el crawl no me importaron. Siempre tuve buenas marcas en natación. Los que intentaban agarrarme no podían.
Tenía bien internalizada la técnica de sumergirme lo menos posible. Gracias a ella, el contacto con cabezas y torsos era sólo el indispensable para mantener el impulso. Era tanta la gente que también podía cruzar las calles sobre las cabezas. A la altura de una avenida, la corriente me arrastró hacia el subte. Bajé y subí las escaleras mecánicas, nadando por encima de las personas que estaban paradas sobre ellas.
Cuando emergí del subte, vi algo extraño sobresaliendo de las cabezas que estaban a mi alrededor. Parecían aletas de tiburón, pero cuando se acercaron me di cuenta de que eran las gorras de un grupo de policías que nadaban hacia mí. Tuve el impulso de escapar. Nadé lo más rápido que pude en la dirección opuesta, pero desde el otro lado también venían. Estaba rodeado. Los policías maniobraban para preparar el acercamiento final, mientras soplaban sus silbatos como si fueran bañeros.
Atrapado, me arrojé al único lugar que tenía cerca, que resultó ser un banco. Justo estaba cerrando, así que tuve la suerte de pasar por debajo de la persiana, que se terminó de cerrar a tiempo para que los policías no pudieran pasar.
El impulso de mi caída me llevó sin querer hacia el sótano. Me arrastré por las suaves baldosas. Atravesé todo el largo del lugar, y fui a parar a la bóveda abierta. Me vi sumergido entre los billetes. Continué entonces mi natación entre ellos, disfrutando del refrescante aire acondicionado.