¡Fiesta de colores!
Llegan los nuevos títulos de Viajera Editorial
Sonomama * Néstor Cheb Terrab
La meta de Gregorio * Diego Recalde
Viernes 23 de Noviembre, 20 h
Casa de la Lectura (Lavalleja 924)
Casa de la Lectura (Lavalleja 924)
Con la participación de escritores y periodistas.
¡Música y brindis para festejar!
¡Música y brindis para festejar!
Sonomama
la huella en la nieve
surgida de la nada
lleva medias negras
los felinos oscurecen
la lluvia
entre objetos oxidados
emerge luz de su boca
liquido amniótico
su ojo quieto les habla en japonés
el nombre posee los secretos
de la contemplación
persistentes al odio
al sexo a la muerte tal vez
no quiere que la vean
tan pura
o no
quiere
serlo *
*Poema titulado “de nombre sonomama”; en sánscrito, “tathata” o “kono mama” en japonés: uno no hace nada, no piensa nada, simplemente “es”. Uno simplemente “es”.
La meta de Gregorio
Una mañana, Gregorio se despertó de un sueño intranquilo y se encontró convertido en Franz Kafka. Estaba tirado en su cama y al levantar un poco la cabeza, vio que tenía puesta una camisa blanca gastada, un traje negro también gastado, unos zapatos negros sin lustrar, una corbata del mismo color y un sombrero gris.
–¿Qué me pasó? –se preguntó Gregorio.
Y se dio cuenta de que no era un sueño. Porque su habitación seguía siendo la habitación de siempre. Arriba de su escritorio estaba la computadora, la impresora y la pecera, con un solo pez.
Detrás del escritorio, estaba su biblioteca repleta de libros.
Colgando de uno de los estantes, había una foto de Franz Kafka sostenida por una chinche, que el mismo Gregorio había recortado de una revista literaria.
Pegadito a la biblioteca, como empotrado en la pared, había un gran espejo que apuntaba directamente a su cama. Gregorio se miró en él y se impresionó con lo que vio. Bueno, no era para menos. Su cara y su cuerpo, ¡eran la cara y el cuerpo de Franz Kafka!
Al principio, descubrir que se había convertido en el escritor que tanto admiraba, lo llenó de alegría. Pero el nuevo cuerpo era pesado, muy pesado, y le generó unos terribles dolores musculares que acabaron con esa sensación de felicidad que había sentido al principio.
Afuera llovía. La lluvia lo melancolizó.
“No puede ser lo que me está pasando… Tengo que estar soñando… ¿Y si sigo durmiendo y me olvido de toda esta locura?”.
Pero quiso seguir durmiendo y no pudo.
“Reconozco que todo lo que estuve escribiendo en estos últimos cinco años tenía un parentesco con Kafka. ¡Pero nunca pensé que fuera para tanto!”.
Arrastrando la espalda, se deslizó lentamente hacia la cabecera de la cama para poder levantar un poco más la cabeza. Pero se encontró con que tenía el sombrero ¡pegado a su cabeza! Esto le dificultó aún más el desplazamiento. Para colmo, el traje que tenía puesto, por más que quería, no se lo podía sacar. Estaba adherido a su cuerpo. Como una capa de piel más.
Gregorio no la estaba pasando bien. Sentía que se quemaba con fuego, fuego con el que había estado jugando estos últimos años.