I saw a falling star burn up
above the Las Vegas sand.
It wasn’t the one that you gave to me
that night down
south between the trailers.
This flight tonight
Estrella fugaz.
Una vez pude haber conocido a una mujer así. Sería verano en su cuerpo y en la ciudad. Desnuda y dormida, tal vez fuera una tarde brillante como un cielo de stickers. En su piel, se encendía un mapa que siempre llevaba a una fiesta pop, donde el baile era la única comunicación posible, porque las palabras salían de la boca como colores y no servían para hablar sino para decorar el ambiente.
Espejismo.
Podría haberla visto por primera vez caminando, suelta, con su ropa preferida: unos shorts casi invisibles de minúsculos y medias largas llenas de brillitos rojos y amarillos como un sol de bambalinas. Usaría remera rosa o turquesa, estampada con el stencil de Madonna o Joni Mitchell. Y no se daría cuenta de que sus anteojos espejados rechazaban y curvaban el mundo.
Estelar.
El cielo esa noche era un gran anuncio de publicidad hecho de celofán negro y luces de neón, creo. Siempre podríamos estar entrando en moteles americanos, tomados de la mano y fantásticos de alcohol. Cualquier hotel rutero del sur o del centro profundo del cine yanqui, con un televisor encendido en cada cuarto disparando por sus párpados, luces estroboscópicas al exterior. Nosotros cruzaríamos el umbral de la puerta y vos me dirías, como si fueras también una habitación de hotel: honey, come on Inn y yo entraría en vos y seríamos…
Escombros.
Porque vivimos en Buenos Aires que no es tan brillante y se enciende cuando quiere su capricho y las películas acá son oscuras y demasiado realistas y no terminan bien. Y en vez de motel decimos telo que es mucho menos glamoroso. Y en vez de un Las Vegas donde enloquecer una noche, hay un lunes que recién comienza. Ni siquiera conocemos palabras para decir las cosas que podemos decir en nuestros sueños donde vos tenés las piernas más largas que yo jamás haya visto porque parecen torres para ser escaladas y nosotros podríamos estar hechos para brillar y expandirnos como un universo que recién comienza.
Nicolás Pazos, 2016.