Poner en palabras lo vivido esa noche.
Perfecta y feliz. Dos libros paridos que vinieron al mundo, no sólo porque yo los escribí, sino porque mi pequeño orbe de afectos, amores y aprecios (son tres categorías bien nítidas) vinieron a darme un abrazo, una sonrisa, una hora de sus vidas, una palabra, un pedido de firma, un brindis, una foto, un poco de su ser. Terminó la noche iluminada por los ojos enamorados (aún) de ella, mientras me daban ganas de llorar, porque me sentía tan repleto que temía explotar si no dejaba a las lágrimas arrastrar algo de mi ser hacia afuera.
Floté por algunos días en una alfombra mágica de emociones. Allí sobrevolé la vida con sus habituales demandas, quejas, fallas, amenazas y todo tipo de estribación habitual de mis jornadas, con una seguridad personal, un aire de superación, un sentimiento de indestructibilidad, que nunca había sentido antes. Pude por unas horas palpar de cerca que había causas y consecuencias conectadas. Aclaro más: muchas veces suceden cosas que uno no sabe donde ubicar, porque siente que no lo merece, que el destino se ha ensañado con uno que es tan buenito y prolijo. Pero nada de eso me pasó, porque me pude decir: acá están los frutos del árbol plantado, incluida la ausencia de tus dos hijos. Sí, ¿Por qué podría decirme que una cosa sí, pero la otra no? No hay manera de eludir la responsabilidad cuando un grupo de más de cien personas estuvo presente y sin embargo dos no. Al mismo tiempo pude poner en suspenso, poner en remojo, reservar, como cuando se está cocinando y hay una parte de la preparación que queda a la espera del avance del resto del resto de los elementos, todo eso hizo que me suba a ese objeto volador lleno de lo bueno, bello y amoroso de las presencias sin afearlo por las ausencias. Aunque, claro, dejé un lugarcito para ellos dos. Mientras surcaba el mundo desde arriba, los subí a ambos y les mostré que existe el cambio, la transformación, el retorno, la Teshuvá y todas las formas en que cabe y se podría hacer entrar la relación con el padre, entre padres e hijos, que puede ser difícil, pero no tanto como para impedir ver quién es el otro, de verdad, sin distorsiones.
Por supuesto que ya me bajé y queda claro en lo que acabo de escribir.
No hay nada perfecto, aunque a veces parezca.
Ricardo Czikk, sobre la presentación de sus libros Desmonte y Krav Magá.