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Minuto Mujeraje * Axel Levin

Escuché una voz amplificada, saludando y dando las gracias (ahí paré la oreja y traté distinguir mejor a la del micrófono), comentó que iban hacer unos standards de blues reversionados, la guitarra hizo una intro y frenó para que entrara ella cantando sola.
No había dudas, era la mina del bondi. De lejos, sobre un escenario, cantando con una remerita violeta que le apretaba el cuerpo y le resaltaba el escote, un collar redondo que caía hasta las tetas, pantalón oscuro y elástico con unos brillos plateados dispuestos en líneas o formas raras, acompañaba la voz con una sonrisa y gestos, bailando para marcar el ritmo. Pensé que era una imagen muy distinta de la chica que recordaba sentada al lado mío con campera, pulóver, y libro abierto en mano. Pero sí, era ella, estaba tan linda como la otra vez (durante ese primer tema, todavía sin poder creerlo, me repetí varias veces algo así como qué linda mina la puta madre) y por si fuera poco, la verdad, el tono de su voz o quizá la onda con la que cantaba me estaba poniendo cada vez más caliente. Porque claro, ahí me di cuenta de la situación. Ella me había dado el volante para que fuera a verla cantar (no puedo creer lo tarado que fui…), entendí que era obvio que me había invitado, y no que se le había caído un papelito. Pensar que había chances de que me fuera esa noche con ella, de que le pudiera dar un beso, desnudarla y tocarla, cogérmela, me excitó hasta tal punto que decidí bancarme la fila absurda para comprar una birra. Lo que fuera necesario para no estar más quieto y dejar de pensar un rato.
Fui hacia la barra, esperé entre la gente que se apretaba para pedir, un tipo flacucho y con camisa a cuadros preguntó qué quería, una birra grité, la sirvió con un movimiento automático, sacando chapa de experiencia profesional. Pagué con el cambio justo y me fui. Busqué un espacio donde estar más tranquilo, sin gente pasando por al lado. Desde ahí podía verla sin obstáculos y presté atención al ritmo movidito, a cómo ella chasqueaba los dedos para cantar y bailar mejor. Llevé el vaso grande a mi boca y di el primer sorbo.
Cuando terminaron de tocar el anunciado último tema ella dio las gracias y la gente aplaudió y pidió otra (yo hice lo mismo). Después de compartir unas miradas con el resto de la banda ella sonrió al público y dijo: Muchas gracias de nuevo. Ahora sí, entonces, el último y los dejamos disfrutando con las bandas que siguen. Arrancó primero el bajo, repitió una melodía que sonaba conocida (de esas que uno sabe que ya la escuchó pero sin ubicar de dónde), después entró el batero haciendo sonar los platillos, se hizo un silencio y luego entraron todos a la vez. Era un tema más bien lento, cantado en inglés al igual que los anteriores. Tenía un tono melancólico que no se volvía triste solo por la voz de ella. Porque miraba al público y le salía sonreír anticipando lo que iba a cantar. Quizá a algunos les podía parecer un bajón como tema de cierre pero a mí me gustó. Ya había tomado la mitad de la birra, y por un momento dejé de pensar en serio. Escuché la melodía y su voz, cómo se mezclaban jugando a ser lo mismo para diferenciarse, y hasta que irrumpieron los aplausos solo existió ese presente.

 

Fragmento de la novela inédita menta-melón de Axel Levin.

Compartido en la expo Mujeraje de Elizabeth Vita en el Centro Cultural del Sur.

 

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