Palabras que nos nombran
La chica no levanta la mirada. La mantiene obstinada en las palabras del libro. Está sentada y cada tanto apoya su cabeza para que rebote contra el vidrio de la ventanilla. La miro. A ella y al libro. Intento leer sus palabras, pero no puedo. Acerca las páginas a sus ojos como una alumna obediente que no desea que los demás copien sus respuestas.
Sin embargo responde, de pronto a mis miradas. Todo comienza a ser… Raro.
No responde con miradas, responde con las palabras del libro que está leyendo, me las transmite telepáticamente para que al fin entienda que esas palabras son mejores que yo, que no piensa dejarlas por mí.
¿Serán esos los signos de la palabra que somos? Me inocula la pregunta y ahora entiendo que soy un poseso en trance, viajando entre las palabras del libro, la chica y las frenadas del 41. ¿Serán esos los signos de la palabra que somos? La pronunciamos, y morimos.
La pronunciamos y morimos, repito para mí. Esas son las palabras que valen la vida. Pronunciar y morir. La miro, no me rindo. Confío en mis fuerzas mientras me agarro fuerte del pasamano. Puedo adivinar que ahí viene otro verso, lo siento en mi carne como un espasmo, se proyecta a través del aire cortándolo como un pan esponjoso. Declaro que es urgente y necesario construir una bomba de palabras para dinamitarlo todo. Palabras. Es evidente que el libro habla de ellas y ahora lo único que quiero son más de esos versos revoloteando en mi cabeza. Como una bomba, con el poder de una bomba que lo destruye todo, para volverlo a construir.
Ella tiende un puente, inesperado, cuando ya casi estaba empezando a olvidarla. Es el silencio de los cuerpos lo que nos pone tristes, me dice en voz baja. Nos pone tristes, repito para mí. De pronto aparecimos juntos, en un futuro que tal vez exista. Somos dos construyendo un mundo de palabras, leyendo juntos. Riéndonos del viaje como chicos. En tanto, siguen viniendo versos y ya no distingo cuáles son mis pensamientos y cuáles los suyos, como si hubiera perfeccionado la técnica y ahora tuviera miles de palabras dando vueltas, anárquicas, de origen desconocido.
Extrañar lo que no existe, eso es lo que hago, soy un tonto. Una fundación de lo que nunca seremos. Una ficción fraguada en un viaje largo en el 41.
Busco un hechizo, una fórmula en la que convivamos ella, el libro, las palabras, yo.
La pronuncio…
Como si necesitara decirla en voz alta
Escucharla una y mil veces
A voz en cuello de contenta
Para creérmela
Para estar seguro
Para de una vez por todas
Hacerlo realidad
La lágrima tiembla. La poesía que me nace también. Me mira por primera vez y pienso que sí. Cierra el libro y lo apoya sobre su regazo. Su voz real es más dulce. Voy a quererla, creo. No voy a tardar en quererla. ¿Y si de verdad todo funciona?
Estamos juntos, mirando algún cielo. No hay nubes y es verano. Ella gira su cabeza hacia el otro lado y su mirada se pierde entre el pasto. Dice que va contarme un secreto. Habla:
Solo había una palabra inmensa y sin revés
Palabra como un sol
Un día se rompió en fragmentos diminutos
Son las palabras del lenguaje que hablamos
Fragmentos que nunca se unirán
Espejos rotos donde el mundo se mira destrozado.
José Lupia, 2017.
Para Catálogo en vivo, sobre Palabras que nos nombran de Axel Levin.