Éramos como conejitos. Decías. Tu boca suave, sin líneas.
La luz iba cambiando. Un día completo de reflejos y sombras proyectados sobre el techo de la habitación.
Hablabas de ella con una tristeza apenas madura. Una fruta oscura en tu frente.
Los ojos se transformaban con la luz y el deseo estaba suspendido, como si pudiéramos elegir dejarlo en una vitrina para siempre.
Eugenia Coiro, Fragmentos del fin.
Viajera, 2016.