Rimbaud a los 14 años dijo: «yo no soy, soy el otro»
Cuando leí esta frase, en mi adolescencia, fue de gran alivio, porque yo venía siendo ese «otro» desde los cuatro años cuando escribí por primera vez poesía. Un tipo de poesía, que no correspondía ni a mi edad, ni a mi experiencia, y aparecía como un doble, extraño y familiar a la vez.
¿Cuál es mi máscara? Pues es el poema. Una máscara que paradojalmente des enmascara. Produce un acontecimiento. Fuerza un devenir.
Para Artaud sería ese cuerpo sin órganos, que construyo en mi doble, cuando actúa o simula, para justamente… no actuar o simular.
En la danza teatro Butoh correspondería a ese maquillaje blanco que se coloca el performer antes de bailar, para borrar su ego, quitarse el traje de lo cotidiano y bailar con el cuerpo vacío.
La máscara se plantea en estos ejemplos como un descanso de un «mí mismo», aprendido como mío, aunque esté lleno de ajenos.
Visto de esta manera… ¿la máscara oculta o la máscara muestra?
¿La máscara enmascara el rostro… o le quita al rostro su máscara?
Así aparece la idea que la máscara es una ventana, o un puente entre esos ambos mundos de la mismidad y la otredad. Un puente que rompe el paradigma de pensar que hay en nosotros, un yo verdadero y un yo falso.
«Yo no soy, soy el otro»…. ¿Cuál otro? ¿Uno, o muchos? ¿Cuántos «otros» me constituyen? Ser uno y ser mil.
Y es en esa tensión donde se de-construye el ser, como algo «original y único», es que la máscara se apropia de un «otro lleno de otros» y circula y respira con una nueva germinación del deseo.
«Desear ser ese otro, que siendo el otro, desearía ser».
La máscara nos trae así ese complejo juego de espejos que es ser: «el otro del otro».
Si tomamos la impronta de Viajera Editorial, y viajamos por la historia de las máscaras, nos vamos a encontrar con un caleidoscopio donde las máscaras refractan en distintos planos las maneras diversas en que nos queremos reflejar.
¿Pero cuál es la del poeta y la del escritor? Para esta charla, de las muchas máscaras que hay, les traje una que para mi escritura, me es útil. Es la máscara zapatista.
Una máscara que Ítalo Calvino en sus «Tesis para el próximo milenio, hubiera puesto como ejemplo de «la precisión de la ambigüedad» que tiene la poesía.
Y aquí vamos a la figura de un poeta peculiar que es el subcomandante Marcos.
Cuando él habla de sí mismo, pone como título: «Marco y sus espejos» y dice cosas como: «¿Qué tal si Marcos no es Marcos? «Marcos no existe, nació muerto el 1ero de enero de 1994»
Desde esa poética donde la existencia es una construcción efímera, habla del pasamontañas, máscara y símbolo zapatista, como un espejo.
Es el pasamontañas el arma del ejército zapatista y ninguna otra. Cuando él se la pone es campesino, cuando el campesino se la pone es Marcos. Es la máscara la que «toma la palabra.»
Marcos así nos confiesa que él tuvo que «limpiar el orín de los espejos y traspasarlos para descubrir al Otro». Un acto de vaciamiento como el de Rimbaud, o el Artaud, o el del Butoh.
¿Cómo se vincula esto con el escritor? En mi caso, en muchos de mis poemas mi voz poeta dialoga con su máscara. Les doy de ejemplo dos pequeños fragmentos:
En «Palos de Jacob» el cambio de tiempo de los verbos indica que el poeta va cambiando de voces, y va hablando a distintas personas desde distintos tiempos.
» Entonces golpearon
golpearon mi espalda
y la muerte subió
Treinta minutos
fuego moderado
no abran la puerta del horno
por favor
Entonces golpearon
golpearon mi cabeza
y mi cráneo se desmoldó»
En «Venada» el juego de máscaras se da en el cambio de personajes que preguntan y contestan.
«Ni siquiera un disparo.
Simplemente tarde»
—¡Corre cierva!
—¿Y si resbalo, y si tropiezo…
y si me salvo?
Pero no, ahora.
En esta oscuridad que aún no nos sostiene.
¡Oh ese dulce cuajo del después!
¿Alguien escucha la manada?»
Pero donde las máscaras le hacen un motín al escritor es en la novela. Hay un momento en que la novela avanza y la convivencia con los personajes es cada vez mayor por fuera del momento de escribir.
Así las máscaras y los dobles de cada personaje se integran a la cotidianeidad del novelista sin que sean invitados, a la ducha, o a la verdulería, o al dentista.
Parecen tomar vida propia, autonomía propia, cambian la trama, el tono… Los personajes que el escritor inventó, inventan ahora al escritor.
Byun Chul Han, el contemporáneo filósofo coreano, diría que «la obra de arte se presenta como un ser vivo que crece, que muda de piel y se transforma» Luego avanza y nos dice: » El observador se vacía, penetra des- subjetivado «
El pensamiento de Han nos podría así llevar a la idea de la literatura como un diálogo entre las máscaras del escritor, las mascaras propias de la obra, y las máscaras de ese otro que es el lector. El lector enmascarado.
¡ Xiexie !
Blanca Lema, 2018. Para minuto Doble/Máscara en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires