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Sobre «Estuche Negro» de Ricardo Czikk




Dentro del laberinto de publicaciones casi apócrifas, o de las otras, las que desde la vereda opuesta llevan nombres superlativos que arrastran de por sí dinero, ¿quién lee estas letras casi dibujadas, letras que convocan olores, sensaciones, cuerpos; letras tan preciosas, tan personales, que pueden ser imaginadas dentro un estuche negro, de esos aterciopelados, de esos listos –acolchados– para mostrar una joya o un objeto importante, una lapicera tal vez?

Con un estilo que en sí mismo tienta los extremos –un gusto barroco que de pronto se concreta y se hace plano nítido, sin revés–, que encara tanto un relato como un poema que reinventa palabras, este libro se abre para intentar otro camino, ése plagado de preguntas y descubrimientos. Con intensidad, se aventura a ir de la luz a la sombra, y de vuelta, porque una y otra se llaman, se requieren. Ir, de la contradicción a la paradoja, y aprender a permanecer en la tierra de lo incierto, de la poesía. Como una miniatura que sin embargo puede desgajarse infinitamente; como una nuez, reino de Hamlet, que es capaz de contener el universo.

En definitiva, como un libro que sólo cerramos para volver a abrir:

“Estuche negro
sorpresa en su contenido
un muerto, una alhaja
un sinfín de ideales
y mi deseo
de no transitar”.



Karina Macció