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Zamba (Fragmento) – María Florencia Giménez de Castro


Me acuerdo de algunos viernes, en verano, cuando la tierra estaba húmeda. Subía a la máquina, en la parte de atrás. Papá la ponía en marcha y los pajaritos se empezaban a amontonar tras su paso, tratando de agarrar todas las lombrices que la rastra iba removiendo. Creo que desde ese lugar preferencial aprendí que hay pájaros de todos los colores: azules, verdes, marrones, negros, rojizos.
A veces me distraía un poco, y la abuela decía que eso era peligroso. Ella me pedía que me agarrara fuerte. Yo lo hacía cada vez que me acordaba. Otras veces, me dedicaba a contar cuántas lombrices pegaban saltos y eran cazadas. Pero me terminaba encorvando algo más de lo que debía. Menos mal que desde ahí se veía la casa. La abuela me miraba, abriendo la boca muy grande, para silabear a-ga-rra-te mientras amontonaba parte de la cortina con el puño de la mano. Papá no se daba cuenta de lo que pasaba, él iba adelante, yendo y viniendo en zig zag, mirando los cerros. Siempre nos movíamos más lento cuando estábamos de frente al Aconquija. En cambio, cuando teníamos que girar hacia la ruta, ahí lo hacíamos rápido. Entonces tenía que sujetarme bien fuerte, se me acalambraban un poco las palmas de las manos y algún que otro mosquito tenía la suerte de picarme e irse volando despacito.


María Florencia Giménez de Castro, Cantata.
Viajera, 2013.

Henri Joseph Harpignies