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Viajera de Otoño * Daniel Cáseres

La búsqueda

Estamos buscando algo sin nombre.
Como si el universo fuera un pajar
un inmenso pajar perdido en una aguja.
Buscamos una virtud que brille en mitad del vicio
para evitar que el tiempo desangre y devore lo inocente
como una oruga obesa
implacable
mórbida.
Hoy estás acá, pero no siempre.
A veces no sos lo que quisieras.
Respirás por debajo de la capacidad de tus pulmones.
Sos una caricia venenosa que se hiere a sí misma.
Entonces asisto a tu martirio autografiado
como si fueras un atardecer sanguíneo.
No quiero que pienses que voy a permanecer impasible
frente al daño que te hacés con las palabras
esas serpientes blancas
escondidas como flechas en la niebla.
Sin embargo, a veces no puedo evitar pensar igual que vos
el vocablo preciso
la soledad a cuestas
el reclamo inconcluso.

Yo también estoy desesperado.
Arrastro el cuerpo sobre púas de trincheras embarradas
y no sé dónde queda el norte o el sur.
Por eso sentís que ya no sabés quién soy. Porque me ausento. Porque no voy a estar acá
el día de tu muerte, a menos que nos encuentre abrazados.
Dejame pasar. Quiero entrar. Te lo pido.
O quizás querrías dejar en una taza escondida en tu alacena de jarrones y búhos
tu marca labial
para que yo la reconozca
y así emprender un viaje de regreso en peldaños sutiles
volver a enamorarnos con señales y ojos adolescentes.
Yo dejaría una rosa sobre la cama. Una rosa roja sobre la cama tendida
pero no sé si quisieras permanecer conmigo en esa tierra que abandonamos hace tanto.
Aquella noche, cuando el reloj estalló y las sábanas se humedecieron hasta escurrir
y el gemido continuo despertó a la gata y a los seres inanimados de la casa
a cada búho de cerámica, los jarrones y los espejos
las sillas, las mesas, los cuadros y hasta los artefactos del baño
tampoco ahí, ninguno de los dos
dijo te amo.

Estoy cansado de pelear con tu lengua.
Que al lanzar las palabras al aire
signifiquen tantas cosas diferentes
como si no fueras, acaso
la otra cara de una misma moneda.
La cara que abre la boca y canta
y habla
y llora
esperando, como yo, un silencio.
Estamos cayendo. Estamos cayendo por un túnel húmedo.
El agua putrefacta permanece bendecida
por algunos peces pequeños.
Una ballena pasa de a ratos y engulle el krill de la angustia.
Eso me esperanza.
A veces la gata pregunta por mí.
Le contestás que estoy al caer, pero no quiero hacerlo sobre vos
como un náufrago que te hunde para salvarse.
Ni mezclar tu voz con la mía con tal de no oírte.
Por eso pongo en la orilla la débil luz de una lámpara de agua
como si fuera una estrella que viaja.
Ese cometa merecería tocarte.
Merecería partir tu corazón en dos mitades perfectas, lustrosas
una a cada lado de la historia.

Los recuerdos son pies que no caminan pero aplastan
tampoco esperan que estés menos sensible.
Me cansé de pedirte que no me buscaras en el tarot.
Que me preguntes a mí dónde estoy
¿te acordás?
Ya no sé donde estoy.
Creo que me perdí en alguna bocanada de humo.
Me cansé de pedirte que no fumés después del amor
es el momento de abrazar al otro
y proyectar el futuro. El momento más débil y sagrado.

Pero no voy a hacerte reproches. Prefiero seguir buscando algo imposible de mirar.
Una gorgona de cabellos horrendos que me haga salir corriendo a buscarte
donde todavía no hayas llegado.
O quizás un palacio de columnas jónicas blanquísimas
un patio de mármol a cielo abierto
donde me veas y recuerdes cuando andábamos unidos por el centro de los cuerpos.

Pero no sé. La tarde se fue. La gata maúlla y vos no le prestás atención.
Sabés que ella ve y conoce las cosas como yo.
Aunque ahora no hay ceniceros esparcidos por la casa
quizás es señal de que algo está cambiando un poco.

Hoy arreglé la canilla que perdía. No fue sencillo.
El vástago no se consigue
tuve que hacer que tornearan uno nuevo.
En el fondo conozco tu respuesta a mis pequeños esfuerzos.
Nada alcanza para rearmar los pedazos de lo que rompió el agua.
Tiendo la mano y no te encuentro.
Y siento el alma flotar entre los desechos.

Te pierdo y nos perdemos.
Te pierdo y nos perdemos

te pierdo
y nos perdemos.

Daniel Cáseres. (Intervención de un poema de Susana Villalba).

Daniel Cáseres nació en la ciudad de Morón, provincia de Buenos Aires, el 24 de enero de 1965.
Es analista de sistemas. Trabaja en el área comercial de una empresa de productos de consumo masivo.
También es catequista y coordina grupos de formación espiritual para jóvenes y adultos.
En el año 2012 su poema “Las Luciérnagas” salió publicado en la antología Detrás de la Palabra, compilado por César Melis de editorial Dunken. Esto último le dio el empuje necesario para buscar un espacio de literatura en donde desarrollar técnicas de escritura. Fue así como se encontró con Siempre de Viaje Literatura en Progreso, taller al que concurre desde ese mismo año. Ha leído en varios eventos literarios organizados por Karina Macció. Su primer libro de poemas se encuentra casi terminado.