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Peligrosa Horizontal * Reseña en Solo Tempestad * Por Joaquín Correa

 

Por Joaquín Correa

Había estado haciendo literatura mientras creía vivir, y eso se pagaba con una eterna melancolía”, reza el final de “El Santito” de César Aira y podemos recordar, ahora, al leer y releer Peligrosa horizontalidad de Lorena García. César Aira, también, fue tal vez el único de los escritores contemporáneos argentinos preocupado por recuperar a Alejandra Pizarnik para la poesía de ese incómodo lugar en que la había situado una crítica literaria pobrísima de luces que reducía todo poema de AP en un episodio traumático de su vida, evidencias evidentes a fin de cuentas de su biografía de poeta maldita. Alejandra Pizarnik se transformó, automáticamente y por una especie de efecto secundario, en algo ilegible, predecible y hasta copiable, daños, claro está, que afectaron y afectan cada vez al propio César Aira y la numerosa corte de sus epígonos. Y que también puede ser el caso de Lorena García. Para no caer en esa trampa deberíamos apelar a valores extra-literarios como pueden ser la “sinceridad”, la “valentía”, la “voluntad” para evitar, con eso, reducir sus poemas a un mero reflejo de lo ya hecho por AP hace cuarenta años atrás. La crítica literaria ha edificado una serie de moldes de lectura y la percepción de todo texto a partir de formas pre-fabricadas de escritura. Nuestra lectura de Lorena García, entonces, se vale de los constructos críticos para reducir su potencia, máscara impune de la pereza y la superioridad intelectual que todo crítico pretende y más o menos disfraza. Debemos preguntarnos, antes que nada, cuál es el problema o frente a qué dificultad nos encontramos para deber apelar a lo extraliterario y no abandonarnos a la lectura del poema. En el vínculo entre la vida y el texto, intuyo, podría ubicarse ese escollo. ¿Por qué debemos confiar, frente a una poesía del límite, que esas experiencias que se manifiestan o se inscriben en el espacio del poema fueron “reales”? ¿Qué de nuestra incapacidad se descubre en la apelación a la sinceridad de los sentimientos? ¿Por qué aún hoy no dejamos de leer al poema como una deuda de lo subjetivo?

La poesía de Lorena García, en efecto, es una poesía de los límites. O, mejor dicho, del umbral. El espacio del poema está en aquella zona difusa entre el acá y el allá, filo de navaja donde el sujeto transita y no puede sino sangrar. El centro del poema es el cuerpo, al mismo tiempo motor y vehículo de la voz, caja de resonancia y génesis del movimiento. La escritura no puede sino, en ese sentido, identificarse con una escritura del cuerpo. Es el cuerpo en el umbral quien escribe el poema. En esa situación la negación impera, los tiempos pasado, presente y futuro se confunden y las interrogaciones se suceden. Los poemas no tienen títulos y están agrupados en secciones: todo es un gran poema de versos cortos e irregulares y respiración entrecortada, sumergido en la alternancia entre las letras y los espacios en blanco y amenazado por un conjunto de enemigos sin forma pero seguros. La vida se definirá, aquí y ahora, por otros parámetros que la sucesión de los versos se encargará de delimitar.

Ardua tarea la de ubicar el espacio-tiempo del poema en el umbral porque lleva la escritura hacia las zonas borrosas del peligro y la falta de definiciones. “¡no esperes! / sos un cuerpo / que se rompe” ha escrito Lorena García segundos antes de preguntarse: “¿la sabiduría del pasado es la sabiduría del dolor?”. Podemos intuir que lo que hay en sus fundamentos es una sabiduría del poema o, siendo menos arriesgados, una serie de conocimientos y prejuicios acerca de sus posibles imposibilidades. En todo caso, sobre las constelaciones que forman las heridas en el cuerpo se descubren los numerosos intentos por decir aquello que no deja de ser y no dicho.

Joaquín Correa, para Solo Tempestad.

Nota en Solo Tempestad: http://www.solotempestad.com/garciaxcorrea/

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