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Cristina Eseiza sobre Fragmentos del fin de Eugenia Coiro

Fragmentos del fin.

El pasado son esas cajas pixeladas. Números que guardan archivos codificados en uno y dos.

Qué es el pasado.

Colores quebrados en geometrías planas. Ningún olor, ninguna textura.

Fragmentos.

 

Y entonces la aliteración nostálgica abre el camino. Fauno, firme, filtros, fuego, frescor. Ya estoy adentro y ¡hay tanto para oler, sangrar, llorar, intuir! La exquisita urdimbre poética en revelación sutil pero poderosa.

Cada Fragmento es rutilante grito de mujer que se atreve, que se amasa, se diluye, indaga, revive el incógnito desafío, la búsqueda, el supremo pulso del hilo vital que no es más que un breve interregno, en el que sólo resta aventurarse sabiendo que seguramente se ha de sufrir. ¡Cómo negarse!

El estilo, aunque no interesa el canon, es preciosista, enguantado, una tenaza cariñosa que es imposible soltar, todo luces, explosivo de pasión, adictivo. La peripecia de la escritura y escribir la peripecia.

Un envejecimiento de la piel que dilata el fin en mi mente.

¿Quién escucha esta bocanada nublada de día incierto? Todos, cualquiera, yo, tú, vosotros. Ese quién está tan presente que asfixia por el relente de luz con que impregna la atmósfera de la obra, cuyos Fragmentos se unen para inundarnos de melancolía, de dolor, de despedida pero nunca de desamor.

¿De dónde vendrá tanto empeño en seguir adelante?

Rasgar la hoja dedicada de un libro regalado, ansias rendidas de un abrazo, exorcizar la tristeza, adelantarse al final. El rompecabezas trizado del amor se asoma en cada verso, en cada palabra para insistir en la vulnerabilidad, el miedo, el abandono, la ternura insatisfecha, allí, en espera, acechante, en vilo.

Todo comienzo es

una trampa, un intento

la cubierta crujiente

del cangrejo oscuro

bajo la piedra

desaparece

Hilván de la memoria, arrullado eco de lo femenino Fragmentos del fin es la música caracol que rumia la poderosa energía del amor, desasosegado, eterno, fugaz, impenetrable. Música que encandila, arrebata, en la que ansiosos reconoceremos el compás.

Un envejecimiento de la piel que dilata el fin en mi mente.

 

Cada página nos ilusiona con que siempre habrá risa, también llanto porque la vida es contradicción

La órbita del cuerpo celeste principia a arrancar de nuevo, como el amor despechado. Entonces sabemos definitivamente que los fragmentos-vida, de tanto añorar, jamás terminan.

 

 

Cristina Eseiza, 2016.

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