“Gracias por decirme amiga”
Para presentar Me deja dicha, de la poeta Alicia Saliva, mi amiga Lichu
Antes de las palabras ad hoc, diré dos cosas:
1// Las veredas del agua (2012) y Variaciones sobre el silencio (2015), los dos poemarios anteriores de Alicia Saliva, atestiguan la misma capacidad poética de pegar un mazazo en la nuca con suavidad.
2// Este poemario, todavía más que los anteriores, pide ser leído en voz alta y que todos los oyentes tengan, a la par, el texto enfrente. Vocalizado, visto y oído son requisitos, por el trabajo sobre la materialidad del lenguaje.
3// Al leer Me deja dicha me encontré con una importante cantidad de yoes, “tantos yos” –dice en la pág. 17-. E intenté deslindarlos… Ardua y vana tarea analítica: el yo autoral, el yo poético, que aquí con deliberación no es uno solo, e inmediatamente el yo de Violaine –protagonista de La anunciación a María, de Paul Claudel-, que no solamente se funde con el o los sujetos poéticos muchas veces, sino que suma su voz en el “Epílogo” -que comienza así: “Me diste la palabra, Alicia”-. ¿Quién dice a quién? La respuesta que más me convence, hasta el momento, es que se trata de RECIPROCIDAD INSTANTÁNEA; un fenómeno que, si esta obra fuese de narrativa, la convertiría automáticamente en literatura fantástica.
Me sumo ahora como yo de lectora, y vuelvo a interrogarme acerca de quién dice a quién. Si bien hay una voz autoral que firma “Alicia Saliva”, el decir y lo dicho –homenaje a Ducrot- corresponden a un nosotros, el poemarios nos deja dicha y dichos a todos, humanos implicados por igual. La “todeidad” está plasmada en el plano discursivo, por ejemplo mediante las interrogativas que cierran cada una de las partes del primer poema. El interrogar en esa ubicación, final, en su accionar tiene rasgos parecidos a los de la escollera que se adentra en el mar o a la de la “larga esquina de verano” de Héctor Viel Temperley. Prescindiendo de su contenido, la pregunta en sí misma abre espacio para una resonancia que se expande hasta tocarnos y meternos en el texto. La interrogada soy yo. Los interrogados son Ustedes; somos todos los que ingresamos en él, los que estamos aquí hoy.
Y junto al decir está la dicha en tanto felicidad. La felicidad de hallarse dicho por otro, acto de habla generador y amoroso ya declarado en el comienzo del Evangelio según San Juan, con tintes genesíacos: “En el Principio fue el Verbo”. Alegría de ser el “dictum” de alguien más, manera de ser que, a la par, habilita la propia capacidad de devolver diciendo. Enuncia el libro en sus páginas 12 y 13: “leída/ nos leo/ escrita/ me escribo/ por pura necesidad/ de conversación/ de necesaria/ con/ ver/ sión// la dicha de lo dicho/ sucede/ cuando me sale del alma/ y tropezando/ como puede/ ese poquito de amor/ […]/ llega/ a mí a vos/ […]/ dichosas/ primeras páginas”.
Así esta entidad sinfónica que es ‘lo dicho/ la dicha’, como palabra enunciada y como alegría pura, instaura el diálogo como forma de existencia. Otra vez: es imposible deslindar.
Como señala Mónica Rosenblum en sus palabras del postfacio, este es un libro “complejo”; coincidimos. Sin embargo, lo que primero parece obstaculizar la intelección de los poemas no es más que variedad de registros discursivos que, así, introduce en el texto la multiplicidad de niveles en que la subjetividad deviene. Encontramos esta fácil dificultad ya en el inicio, en la página 11, cuando en el apresuramiento del primer verso –“pero yo ya me iba…”- podemos suponer el reclamo de las tareas cotidianas inmediatas –tal vez hacer las compras, cocinar, limpiar, preparar clases- junto con el llamado de algo diferente, no programado, por el cual pasamos, entonces, a otro ámbito, que ya no tiene una única denominación: “pero yo ya me iba…/ leer/ es como volver/ tocar la puerta/ o escuchar/ llaman bajito”. Y luego damos un paso más y accedemos a la vida constante y obrera en la recóndita intimidad psicofísica: “pero yo ya me iba…/ leer/ es como volver/ tocar la puerta/ o escuchar/ llaman bajito/ nudillos/ golpeteo rítmico/ en alguna parte del cuerpo?”. Efectivamente, el libro de Alicia Saliva es complejo porque es complejo lo percibido. Es decir que la aparente oscuridad solo lo es por un ratito y para la Diosa Razón, que quiere todo encuadernado y que pretende un único hilo para no perderse, como Ariadna le concediera a Teseo, compasiva y engañosamente, cuando tuvo que internarse en el laberinto para matar al Minotauro. Ariadna sabía bien que el hilo solo era un placebo y que ella, su amado y el supuesto monstruo ya estaban todos juntos, en un único laberinto invisible. Así, la complejidad de Me deja dicha es PURA MÍMESIS REALISTA que escenifica la Otredad indispensable para que “dictum”, dicha y decir sean posibles.
Marimé Arancet Ruda
(Pontificia Universidad Católica Argentina –CONICET)
Lunes17 de septiembre de 2018
La pista urbana, Chacabuco 874 Buenos Aires