Guardó calor en el cuerpo
recostada en su catre
intercaló sueño con potajes robados a las mujeres de la casa
sostuvo el atizador frente a las llamas durante horas
y anocheció solitaria
las manos frías al fuego
—hay que templarlas—
soltarlas
frotarlas en la calidez del pecho
con soltura inicia la liturgia
pulcra y compulsiva
usa su largo pelo crespo
oscuro
y hace una inmensa trenza
henchida hacia atrás
alinea mechones de pelo
—si alguien la viera—
la trenza naciente rodea la cintura
los ojos cerrados
abiertos los dedos persistentes
domándola firme, fuerte en la cadera
la trenza se desliza por la línea hasta escalar
por delante el ombligo
la panza chata
la trenza ondula entre las piernas
y los días de sol
ella se pasea
de la cocina a la huerta
con la trenza acariciando su espalda
cayendo entre los cordones
escote infranqueable
y en cuclillas
cosecha el alimento del día
la amplitud del vestido
la libertad
ella se balancea con las piernas en flexión
hacia la tierra
rozando el suelo con la pelvis
arrasando las hierbas más tiernas
la espalda erguida
caderas tensas de raíz a raíz
hasta que llega al final de la hilera de siembra
y la fibra se acumula en la parte más suave
enrojecida
suspendida entre las plantaciones
ella
el cuerpo en cadencia
el rostro brillante a la luz del sol
junto a la nieve
flor caliente
aterciopelada.
Lorena Suez, 2017.
Texto leído en la muestra Mujeraje.