Qué aventura es escribir después de leer/releer Ocre. Cada palabra que se elige despliega su sonido, su significado. Cada palabra es una afirmación que se vuelve interrogante. La escribo, me habla, me pregunta sobre sí, sobre mí. Escribir es intentar decir con palabras de una lengua partida. Las palabras se desgajan, como los limones que son la vida en ese primer poema: la vida es redonda y amarilla: un limón. Y ahí cuando parece que será imposible dar cuenta de algo, la palabra encuentra una nueva forma de quebrar la distancia. Los poemas de Ocre son incansables, avanzan y avanzan articulando sonidos y espacios en el papel, a las preguntas siguen respuestas, pero estas respuestas siempre plantean nuevos interrogantes. La recursividad es casi permanente, como un ovillo, la escritura gira sobre sí misma pero adelanta, parece vaciarse, volcarse y se extiende más, más y más. A cada giro se vuelve a mirar, se cuestiona, frena y arranca, ¿se puede decir, se puede crear a partir de unas letritas?
Ocre es el primero de tres volúmenes de Amarillo que se completa con Amoratada y Amarrados. Una trilogía en la que cada parte tiene una impronta propia marcada por un color, estados de ánimo, emociones. En Ocre está el amarillo brillante del comienzo, lo gozoso proyectado hacia adelante, al futuro, y también está lo opaco, el filtro, la mirada teñida en sepia, oscura hacia pasado. Cuenta el comienzo, la creación, el origen de una historia de amor, encantos y desencantos oscilando en un devenir continuo.
Varias preguntas me surgen a partir de la lectura: Cómo se dice el cuerpo, el sentir. Cómo escribir sin hacer trampa. Qué es la trampa. Cuántas personas pueden ser dichas en un mismo yo. Mientras leo Ocre, la que escribe me contagia y yo también desconfío de los artificios, de ciertas palabras, de algunas rimas o repeticiones: si el engarce es falso –como éste que acaba de pasar– ¿qué me queda? palabras tiradas, sueltas, pequeñas oraciones que no dicen nada. Al mismo tiempo este yo –que parece poner todo en duda, que se rebela, sospecha, analiza, escarba en el lenguaje– deja en claro que no se puede renunciar a querer decir, Escribir todo. Imposible. Escribir igual. Escribir pensando que se puede escribir Todo. Escribir por Escribir. Hay una insistencia que camina, corre, salta, va agotando todas las formas en el poema. Así se suceden los poemas figurándose en prosa, versos cortísimos, versos de una sola letra, el dibujo con los espacios en las hojas del libro. Sin embargo hay una constante: ir hasta el final. Si hay escritores que hacen de sus poemas estallidos o concentraciones en un punto, Macció parece llevar hasta el imposible el deshilado del poema. El punto de partida es un color y una forma. Primero yo estaba hecha un bollo, redonda, encapullada (…) Era completamente amarilla, sedosa, resplandeciente. Y el mundo estaba ahí: De pronto, había “cosas” a mi alrededor y yo era otra más. Fue como tirar de un piolín, de la punta del ovillo que empieza a rodar (…) me fui quedando menos amarilla y más dividida.
El negro, el marrón, lo oscuro es lo que completa el ocre junto al amarillo. Identifico esta tonalidad con una mácula, el vestigio de un amor, el dolor de la ruptura: Me gustaría ser cool / de verdad / pensar / que es extraíble, operable, borrable / esta cicatriz. Se abre un camino de recuerdos que a veces aparecen coloreados de nostalgia, Un recuerdo es todo: / vos cantabas a mi lado, rozándome, agarrándome, simulando que gritabas en mi oído / cara cantante pop / los ojos cerrados / arrugándolos de apretados / reíamos (…) y fuimos hasta un lugar color naranja / y nos perdíamos en los ojos en las manos / nunca había tocado así. Otras veces los recuerdos son tratados como objetos analizables, aun sin poder deshacerse del dolor que implica mirar ahí: Lo que veo (en ese paréntesis) fue mi ilusión (y sin embargo aún hoy quiero creer que no fue así, que no puede haber sido tanto engaño, tanta autoproyección, tanto oasis que se va corriendo, que te hace morir de ser, que te arrastra con esperanza para que el golpe (que nunca llega) sea más fuerte. Siempre escribir sobre el deseo amoroso es hablar sobre un triángulo, el amante, el enamorado y la distancia que hay entre los dos. Esa distancia es lo que se interpone, la imposibilidad, los obstáculos para estar juntos. En Ocre Karina Macció hace de nuevo evidente la duplicación de ese triángulo, puesto que también está el deseo de decir y el yo girando en un remolino de significantes y significados.
Ocre (o). En ocre creo. La vida es amarilla. Amar y ya. Porque a fin de cuentas la lengua es para usarse, el cuerpo se crea y se pone en acción. Ocre (o). Todo comienza ahí, en algún punto, un espacio, una palabra. Todo empieza en la creación. En creer que se puede crear un poema, una conexión, un engarce, una historia, el amor.
Eugenia Coiro, incluido en Amarillo Vol. 1 (Amar y yo) Ocre de Karina Macció por Viajera, 2018.