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Misceláneos

La traducción como dépaysement * Karina Macció

Borda, teje. 

Presta atención. 

Escucha el ritmo. 

Escucha el ritmo del canto que te sigue. 

Deja que habite el hilo

que se teje en tus manos, el telar. 

Tradúcelo. 

El ritmo, el canto, la hebra de esparto

o seda o hilo –quizás de espanto, 

el hilo de metal rebelde y frío.

Ya la trama iniciada, interrumpida. 

¿La oyes?

Es tu voz ahora. 

No la voz con que hablas, sino

la voz con que se habla en ti.

Mercedes Roffé en La ópera fantasma

Traducir es dar lugar al otro.”

Mirta Rosenberg

(ayer estuve en modo traducción. ayer un niño un amor. ayer recubierta en piel de francés vino Anne. era una bebé abandonada bajo la alameda alta, entre manteles y sombrillas, a la sombra, durmiendo, la pequeña hermana del niño ahogado y rescatado. ayer fernanda y yo teníamos dolor de cabeza, cabeza partida en lenguas, cabeza abierta, mucha información, muchos sentidos impactando en todo el cuerpo. el cuadro al que nos tiramos sobre la hierba: el almuerzo desnudo. la mujer mirándonos, desnuda, libre, en el libro encuadrado pero fuera de marco, fuera de campo, afuera, libre de todo, naked, el puro cuerpo blanco, recortado, volador, la lengua guardada que se oye pero no se ve, la mirada provocadora, afuera o adentro nosotras mirándola, nosotras y ellos, los protagonistas, sujetos de la acción, juntos y mezclados, la ficción que es real, la realidad un relato que elegimos contar, traducir. ayer estuve en modo traducción. cómo no estar hoy. cómo no vivir así, sabiendo que todo está arruinado, las palabras se pierden y no tienen equivalente y, sin embargo, nos enamoramos, sale el sol prístino en el invierno más claro que recuerdo, en el verano que le robé a París con gusto a queso y chocolate, ayer, te dije, escribí o traduje esto)”

Karina Macció

Escribe Anne Dufourmantelle:

“¿Y si hiciera falta irse muy lejos para poder arriesgarse a lo más próximo de sí? Somos seres fragmentados, un hojaldrado que una unidad frágil y siempre renovable, quisiera resumir diciendo “yo” [“je”]. Pero este yo [je], ¿cómo sabría él, que lo compone, eso que ama, eso que desea, si no se arriesga fuera de sí mismo, en fin, para después volver a sí? El dépaysement es la imagen de este trayecto tal vez esencial que quisiera que nos perdiésemos para encontrarnos”.

Ésta es una cita del capítulo cuyo título decidimos dejar en francés. La nota de traducción dice: no hay una palabra para esta idea en castellano.

La historia de cualquier traducción tiene que ser la de sus imposibilidades, y por ende, también la historia de sus intentos, la de su incontenible deseo de arrimar las lenguas, de buscar en sus fronteras.

Nos aproximamos, nos esforzamos, construimos, inventamos: de exilio a desacomodo, un afuera muy nítido, un cambio de aire que vuelve todo diferente, dépaysement puede ser una emoción que invade al sujeto por efecto de una ruptura a través de un desplazamiento físico o interno, que torna extranjero, exótico, el alrededor. La llegada de un libro que se despliega en una voz es capaz de provocar ese cambio de aire, de alterar un medio ambiente. Así sucedió nos sucediócon En caso de amor.

Enfatizo: torna extranjero, extraño, exótico lo que nos rodea. En esta parte de su libro, Anne Dufourmantelle hablará de viajeros que son a la vez filósofos y escritores, Descartes, San Agustín, Wittgenstein, entre otros. O mejor dicho, son filósofos y escritores porque el dépaysement irrumpe en ellos provocando el desacomodo, la fractura que vuelve ajena hasta la lengua propia. Escriben en el intento de entender aquello que es refractario, resistente, en definitiva, real. Al mismo tiempo, la escritura genera un cambio, una nueva forma de ver las cosas y de experimentarlas. Estamos leyendo, entonces, una posición que se realiza en la escritura. “Hace falta perderse”, reitera Anne en este capítulo.

La historia de cualquier traducción debe incluir, punteada por sus notas, un fallido registro de todo lo que se pierde.

En caso de amor empezó a ser traducido coloquialmente, leyéndolo en voz alta y en grupo, había un enorme deseo de comprender este libro, de descifrarlo y usarlo. Como lo imprevisto, Fernanda Restivo llegó un día y empezó a leerme en castellano una versión desgrabada. En su lectura se iban proponiendo alternativas (cada palabra abría diversos caminos) que no se detenía a elegir, dejando las opciones de vocabulario abiertas. Con apasionamiento, Fernanda leía y yo, instintivamente, le arrebaté el libro en francés. ¿Dónde estás?, pregunté. En el principio, con Mina Tahuer. Nuestra versión quedó así (no fue cómo la escuché aquel día, pero sí como la intuimos, la peleamos, le dimos vueltas hasta encontrarla en toda su dimensión poética):

“Ella es sin edad, el cabello recogido tras la nuca, un traje color neutro. Su rostro porta los rasgos de la ausencia, como si ella no estuviera verdaderamente allí. Avanza en la habitación, cada uno de sus gestos es mesurado. La vida amorosa parece no ejercer ninguna ocupación sobre ese cuerpo. Su belleza es formal, sin ningún signo que pudiera, desde el exterior, identificarla. Atrincherada, piensa la analista que la mira entrar, decir buen día y excusarse de su ligero retraso.

−Yo querría que usted me sacara de encima el amor.”

Oh, exclamé hacia adentro, esto es como una película. El tiempo de la descripción, los movimientos, las oraciones cortas y simples que alternaban con las complejas y más reflexivas, el remate en la voz del personaje de Mina Tahuer o en los pensamientos de la analista.

Fernanda seguía leyendo y yo estaba fascinada, pero también me perdía porque en francés decía otra cosa. Claro, siempre dice otra cosa, ése es el problema ineludible de la traducción.

Sin embargo, la voz continuaba la lectura entusiasmada, entonaba con cuidado la puntuación, aún si no estaba escrita, y restablecía su marcha. Mientras, castellano por un lado, francés en el papel por otro, En caso de amor sonaba en stereo para mí. Intentaba seguir el hilo de las palabras, y me perdía, retomaba en otra y así volvía a suceder. Me quedaba atrás de una palabra, de su reverberancia sonora, de su posición sintáctica, de la proyección de su imagen. En ese momento no lo sabía, pero ya había empezado la tarea de traducir, ya nos habíamos sumergido en el laberinto textual. Tampoco tenía un nombre para aquello que estábamos experimentando, pero que más tarde encontraríamos, oscuro y claro a la vez: dépaysement.

La construcción de la escena es fundamental, pero es sólo una parte. El psicoanálisis y la filosofía se entrelazan, articulados en una escritura que busca mostrar más que decir. Abríamos En caso de amor y cada capítulo nos eyectaba a múltiples dimensiones. Estoy hablando de algo que sucede en la lectura a dos voces, a dos lenguas, que se vuelven tres y más, un entramado complejo de letras y pensamientos. Estoy hablando de lo que sucede cuando vas sintonizando en esa discrepancia, y con el contraste de la lengua de llegada, la voz de la autora, su estilo, esa manera tan particular de enlazar situaciones, relatos y reflexiones que tiene Anne, pero más allá incluso de eso, el ordenamiento sorpresivo de las palabras, el aglutinamiento estructural, las oraciones que no terminan y se deslizan hacia un punto de fuga, un punto agramatical donde el brillo de la idea se opaca solo para volver a encenderse con mayor fuerza en la siguiente oración.

Pero… ¿acá qué dice? Leemos y volvemos a leer.

La historia de la traducción debe incluir el al menos dos, entredós (tela que se cose entre otras dos, textura mixta y compuesta en un entre), no sólo por la evocación y el poder significante de las lenguas en juego (dos que son múltiples, cada una se espeja y extraña, se diversifica en otras, en un tronco u origen inexistente), sino por los cuerpos que entrama y enfrenta, cuerpos que ponen a su servicio un bagaje cultural completo.

Así vamos palabra por palabra, estructura por estructura, componiendo la sintaxis, hilando con extremada fragilidad el pasaje de una lengua a otra. En ese arduo trabajo, muy inclemente a veces (de pronto la oración se volvía de piedra en castellano, se achataba, se apagaba, quedaba muda), la prosa en francés de Anne Dufourmantelle se levantaba como olas, imponentes, rítmicas, precisas en el doblez de su cresta, en el armado conceptual, en la filigrana figurativa y a la vez analítica, impactándonos con la exuberancia del sentido, con el hallazgo de la forma.

Dépaysement. ¿Qué hacemos?, me miraba inquisitiva Fernanda, luego de varias horas con una reserva menguada de esperanza, levantando los ojos tatuados por la escritura en francés. ¿Cuántas veces sucedió esto? Mirar el texto, mirar un posible pasaje, comprender la imposibilidad, chocar contra un límite. No les puedo contar, no se puede. Diríamos infinitas.

¿Qué hacemos, qué ponemos? Esto no queda bien, y eso otro explica un sentido, pero restringe lo que dice, es solo una posible interpretación entre tantas. Dépaysement. Había que perderse, dejar que la extrañeza actuara, que en esa opacidad irrumpiera la iluminación. Todo está perdido, afirmé. La traducción es imposible, siempre lo es. Ahora bien, por eso mismo, se vuelve imprescindible realizarla. No crean que pude articular tan hermosamente estas ideas. No, más bien, en el momento me quedé negando con la cabeza y repitiendo Todo está perdido. Pero justamente ese reconocimiento, paradójico (o no) de la pérdida nos llevó a buen puerto, se convirtió en el aire que soplaría para arrimar las palabras de una lengua a otra. Anne escribe: “Las hadas fueron inventadas para responder al saqueo”; “Las hadas son sustanciales, nos ofrecen dulzura allí donde el camino se quiebra y el terreno demasiado accidentado no permite avanzar más”.

Dépaysement. De pronto aquello que no habíamos podido traducir, se convertía en el agujero que horadaba el muro y abría espacio para seguir andando.

¿Y si hiciera falta irse muy lejos para poder arriesgarse a lo más próximo de sí?, vuelvo a la pregunta que realiza Anne. ¿Cómo sabría el yo qué lo compone, qué ama, qué desea, si no se arriesga fuera de sí mismo para después volver a sí? Arriesgarse fuera de sí no puede ser distinto a pensarse en otra lengua, y esto no es más que extraviarse. Barthes dice de la “aventura” es lo que “me adviene”, “lo que me viene del significante”. Es, en definitiva, lo que nos toca del lenguaje.

Entonces la aventura de perderse.

Entonces ir del francés al español en busca de un cuerpo textual nuevo, otro, extraño, una versión castellana que no silenciara el francés, una lengua de llegada puesta a prueba, forzada al máximo, que transparentara el original, que se colara entre las líneas, se escuchara en susurro, como yo escuchaba la lectura en castellano de Fernanda, mientras mi adentro resonaba en un perfecto francés (que no posee) y que iba adquiriendo, con el paso de las hojas y el tiempo, la cadencia de Anne.

“Así va el amor cuando se da como un rayo. Ofrece todos los dépaysements posibles a la vuelta de la esquina”.

Toda historia de traducción debería incluir una declaración de amor. Ésta es primero a la lengua, a esa Lengua con mayúscula que no existe, pura forma, deseo, y luego a esa otra que inventa el autor a través de su inevitable dépaysement, un devenir-otro de la lengua, una línea mágica que escapa del sistema dominante, dice Deleuze.

Anne Dufourmantelle tiende esas líneas En caso de amor, y conforma una práctica significante que, lejos de constituirse como sistema cerrado de signos, evoca más bien una serie de huellas que se desplazan. El desafío fue soportar, sostener, ese desplazamiento. Dar cauce a todos los dépaysements posibles, alojarlos en el texto de llegada con hospitalidad. Dejar que nos incomodaran para transformarnos. Cito una vez más:

Todo verdadero encuentro, por esencia inesperado, es imposible de pensar, ya que sobrepasa siempre el marco en el interior del cual nos lo representamos. Tal es su capacidad de provocarnos, convertirnos, devolvernos vida. Nos convoca al encuentro con el otro (y entonces con nosotros mismos) desde nuestros orígenes más lejanos al mismo tiempo que pertenece por entero al porvenir.”

Por eso, como decimos en las Notas, la traducción continúa, va en busca de sus resonancias, de sus lectores. La historia de toda traducción incluye necesariamente nuestra propia aventura, la de quienes estamos leyendo.